Cristian Knack, de 25 años, aguantó 33 días después del ataque, pero no pudo resistir por las quemaduras en todo el cuerpo. Soportó lo suficiente para declarar cómo fue el aberrante ataque y describir lo que padeció la familia. Murió el 30 de junio del año pasado después de resistir a un paro cardiorrespiratorio.
Cristian declaró ante una comisión policial cómo había sido el brutal asalto que tuvo a su familia como víctima. Su contundente relato sirvió para confirmar las sospechas contra uno de los cuatro detenidos que tiene el caso, el ex prefecto Pablo Julio Paz (al que reconoció como uno de los asaltantes), establecer la secuencia de los hechos y determinar que habían usado alcohol para quemar a sus padres y a su hermana, además de que fueron cinco atacantes y se llevaron unos 300 mil pesos.
«Llegué a mi casa a eso de las siete de la tarde y me puse a mirar televisión con mi mamá. Era tipo siete y media cuando entraron los cinco tipos, por atrás. Uno tenía un revólver y otro un cuchillo. Nos sujetaron a todos, pedían la plata y me llevaron a la pieza. Me pegaban y pedían la plata. Entonces trajeron a mi papá, también le torturaron para que diga dónde estaba la plata. Nosotros le decíamos que no había, pero ellos sabían que había. Se ve que alguien les contó. Como no hablamos les trajeron a mi mamá y a mi hermanita, les pusieron boca abajo en la cama y le empezaron a tirar alcohol. Ahí mi papá luchó con los tipos y le sacó la máscara a uno, ahí lo reconocimos: era Paz, el retirado de Prefectura que nos compró madera», dijo durante una hora y media en la Unidad de Cuidados Críticos del Hospital Madariaga.
El desgarrador testimonio se produjo luego de que los familiares le contaran cuál había sido el destino de sus padres y de su hermanita: Carlos, de 43, su madre, Graciela, de 42, y Bianca, de 12, habían muerto después del robo debido a las gravísimas quemaduras. «¿Cómo voy a hacer para vivir sin papi y sin mami?», preguntó en la habitación del hospital, pocos días antes de su muerte.
A un año de la masacre, el dolor sigue intacto en Panambí
