Acerca de la utilidad de las encuestas en un año electoral

Las encuestas de opinión pública tienen una larga trayectoria e implican la idea de un instrumento de investigación válido y confiable. No obstante, algunas acusaciones pesan sobre ellas: su falta de capacidad predictiva y la influencia que ejerce sobre su
mismo objeto de investigación una vez publicados sus resultados en medios masivos de comunicación. Los especialistas, por su lado, apuestan a la defensa del método y sostienen que los pronósticos (raras veces) fallan. El argumento más sólido se basa en que el conjunto de insumos que una encuesta provee, bien procesados e interpretados a la luz de hipótesis y teorías, y eventualmente sumados a otra masa informativa, da lugar a diagnósticos y nuevas hipótesis que elaboran los propios investigadores. Es decir, no es la técnica la que acierta o falla en el pronóstico, generando elogios y críticas por lo general desmedidos, sino sus realizadores, investigadores y analistas.
La definición del término “encuesta” que brinda la Real Academia Española -«conjunto de preguntas tipificadas dirigidas a una muestra representativa, para averiguar estados de opinión o diversas cuestiones de hecho»- sintetiza muy bien sus tres principales componentes: el cuestionario, la muestra y su muy extendido rango temático.
Así las cosas, la realización de una encuesta permite una rápida y económica recolección de datos acerca de una cuantiosa diversidad de variables, con el fin posterior de generar evidencia empírica sobre ciertos tópicos. La encuesta es un instrumento que opera bajo ciertas condiciones sociales y por ende, permite obtener regularidades, detectar tendencias e hipotetizar acerca de ciertas asociaciones entre
variables.
En el contexto de las campañas políticas y del calendario electoral 2015 en marcha, con las PASO previstas para el mes de agosto y las GENERALES para octubre, los candidatos definen sus estrategias y apuran “sus encuestas”. Saben que la difusión de encuestas va prefigurando, en el electorado, ciertas tendencias, consolida algunos
candidatos, olvida otros o proyecta nuevas figuras. En este escenario está claro que los sondeos de opinión no pretenden adelantar el resultado de las elecciones, pero sí importa calibrar, por medio de la medición, cuál es el contexto social, político y económico donde se va a dirimir la competencia electoral. “Para muestra, basta un botón…” dice el refrán, y así lo entienden los políticos de hoy para quienes, en general, las encuestas constituyen un insumo valioso a la hora de tomar decisiones y de organizar sus estrategias de campaña; por eso, es un instrumento de información y, a la vez, de acción e intervención sobre sus propias propuestas, su discurso y su imagen de candidato.
Por otra parte, está la divulgación de las encuestas en los medios de comunicación cuyos intereses no siempre coinciden con los propios del candidato. Sin embargo, es válido pensar que la divulgación del resultado de un sondeo electoral puede tener, en los consumidores de medios, un efecto similar al que podría ejercer cualquier otra
publicación de idéntica temática, por ejemplo, la aparición de un candidato en un programa, la opinión de un periodista, la difusión de un acto de gobierno, etc. Quizá lo distintivo es que en el público, el resultado de una encuesta actúa como un espejo: al leerla o escucharla, se ve a sí mismo, se mira en “ese espejo”.
Además, tengamos en cuenta que no sólo los medios de comunicación transmiten mensajes que orientan, moldean y colaboran en la decisión del votante. En este sentido, no puede desdeñarse la influencia que tienen las opiniones de familiares, compañeros de
trabajo, vecinos y amigos, entre otros. Ni tampoco deben descartarse las creencias y valores previos de los ciudadanos acerca de las cuestiones públicas, especialmente respecto de los gobernantes, los partidos y la política. También los hechos vividos cotidianamente ayudan a formarse una opinión y prefiguran actitudes sobre las
cuestiones públicas, entre ellas el voto. Un aumento salarial, un despido, una calle asfaltada o empedrada, el incremento en los servicios de agua o de luz, un corte de calle, la inauguración de una escuela; centenares de sucesos van conformando las impresiones
e ideas que luego se expresan en el cuarto oscuro y, en ocasiones, en una encuesta que, publicación mediante, se vuelve sobre los emisores y permite contrastar la propia opinión con la de los semejantes.
En definitiva, las encuestas, como cualquier otra técnica de investigación social, sea cual fuese la orientación metodológica, si bien no producen resultados certeros, al menos posibilitan la producción de datos que sirven como insumo para lograr una aproximación al fenómeno que se está estudiando. Dice Mora y Araujo: «Las encuestas electorales, en los últimos veinte años, pronostican mejor los resultados electorales que los pronósticos meteorológicos (…) y se resigna al sostener que el público no se interroga “por el fascinante significado de la frase: 30% de probabilidad de chaparrones.” (Mora y Araujo, 2005: 494-495)*.
A esta altura de los acontecimientos, debe quedar claro que una de las utilidades de las encuestas es, para los políticos, orientar la oportunidad de modificar las conductas de los electores, y éstas dependen mucho más de sus acciones que de la publicación de
resultados de sondeos.
*Mora y Araujo, Manuel (2005) El poder de la conversación, Buenos Aires, La Crujía

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