Este miércoles se conmemora un nuevo aniversario del combate de Mbororé

La Ley 174 aprobada en el 2014, instituyó como Día del Combate de Mbororé, al 11 de marzo de cada año, en homenaje a los héroes de la Nación Guaraní que derrotaron a las fuerzas del Imperio Lusitano en dicha batalla.

En los fundamentos de la norma, extraídos del libro «Misiones, la República Utópica de los Jesuitas», de Rubén «Tito» García, hay un detallado relato de los sucesos ocurridos entonces.

A la mañana muy temprano del día once de marzo de 1641, los vigías desde los atalayas divisaron las primeras embarcaciones bandeirantes y dieron la voz de alerta. Una flotilla de cien canoas y balsas se acercaron a prudente distancia de Mbororé, y luego retrocedieron hasta el Acaraguá, punto fortificado donde levantaron campamento. Luego repitieron la misma maniobra de avanzar y volvieron a retroceder. 

Pasado el mediodía la tercera carga de embarcaciones bandeirantes se deslizaba río abajo. Esta vez la flotilla de balsas y canoas atestadas de guerreros iniciaba el ataque con todo el vigor que podían exhibir. Nunca antes tan poderosa fuerza militar compuesta por ocho mil combatientes y más de mil embarcaciones dirigidos por jefes llenos de ira surcó el río Uruguay en busca de presas humanas, seguros del temor que la brutal presencia produciría amilanando al contrario.

Se deslizaban lentamente en sintonía con la velocidad de la corriente del viejo Rio Uruguay, el río de los pájaros. Pronto asomaron las que venían a la retaguardia y el horizonte se cubrió de balsas y canoas que revestían la totalidad del ancho del cauce. Verdaderamente daba miedo la poderosa armada bandeirantes que arrogante y segura de sí misma avanzaba confiada. 

Debemos humillarlos y que nos teman y matarlos a los que se resisten, vociferaban los jefes lusitanos.

Sin embargo, la arenga de uno de los curas guerrero les insufló de coraje a los misioneros cuando escucharon:

Hermanos, debemos tener bien en claro que en este momento aciago solamente debemos temer a Dios y a nadie más. Debemos entender que cuando nos referimos al temor a Dios, no es el caso temerle, sino diferenciar, respecto de Él, el bien del mal. Y, sabiendo de qué se trata, cada uno estaremos en condiciones espirituales de no ofenderlo con el pecado. El temor de Dios también implica entender que tenemos la capacidad racional de diferenciar anticipadamente cuando una cosa está bien o mal; recuerden que es un don otorgado por el Espíritu Santo que nos dota de la sabiduría necesaria para obrar y actuar en la vida frente a los mandatos de Dios. Por ello, este temor es espiritual y moral, diferenciado del temor físico del hombre. Este último es el miedo que sentimos frente al peligro de ser agredidos. En tales circunstancias se huye o se pelea; se huye por cobardía o cuando se está en inferioridad, sabiendo que habrá otra oportunidad para reivindicarse. Pasó con nuestros hermanos hace diez años en el éxodo del Guaira: debieron huir por necesidad de salvar a la nación guaraní, conservando la intención de fortalecerse y después dar pelea. Ese es el combate que hoy estamos dispuestos a dar. Ya ven, teníamos la alternativa de fugarnos y sin embargo nos aprestamos a batallar porque ahora estamos fuertes sabiendo que aquí está el bien y allá el mal. Ellos pelean por esclavizar al hombre; nosotros lo hacemos para defender el terruño, la nación, la libertad y el futuro de nuestro pueblo. ¡Hermanos, luchemos que Dios está con nosotros y sólo a Él debemos temerle!

Nerviosos y expectantes permanecían los misioneros cuando la primera balsa cruzó la línea de la desembocadura del arroyo Mbororé y la bala de cañón disparada desde lo alto del cerro dio en el centro de la embarcación, haciéndola añicos. Inmediatamente al estruendo, el silbido de miles de flechas surcaron el cielo desde ambas orillas, y los disparos de los arcabuces y mosquetes llenaron de ruido a pura espoleta. Mortíferas bolas de fuego escupían las catapultas reafirmando el poder de ataque.

Por fin la cuadrilla emboscada en el arroyo salió de su encierro de días, abriéndose en abanico y arremetiendo por el centro con inusual potencia a la desprevenida armada atacante, que encajonada y sin posibilidad de maniobra quedó rodeada con fatales consecuencias.

En menos tiempo de lo que se esperaba los bandeirantes quedaron destrozados debido al doble ataque fluvial y terrestre. Cientos de cadáveres flot flotando y solitarias embarcaciones vacías se deslizaban blandamente río abajo. Aquellos que lograron desembarcar y trataron de atacar las empalizadas fueron rechazados totalmente y al huir en retirada, los embravecidos y furiosos guaraníes los persiguieron hasta cazarlos. La situación había cambiado definitivamente y eran ellos los que sufrían en carne propia la desgracia cruel de ser acosados.

De pronto la gritería de los bravos defensores misioneros estalló ensordecedora al darse cuenta de que la batalla en el río estaba ganada, confirmando anticipadamente el triunfo total que se vendría. Ya la escena bélica que diera comienzo en el río a las dos de la tarde, finalizaba tres horas después con el desbande bandeirante y el forzado retroceso de las embarcaciones tratando de ganar la orilla. Los mamelucos y tupíes que huyeron selva adentro fueron perseguidos implacablemente, hallando horrible muerte a manos de los guaraníes o entre las garras de las fieras.

El lunes siguiente se reunieron los misioneros con los curas guerreros en la plaza principal, lugar donde se ofrecería la Santa Misa en acción de gracias por la batalla ganada. Al finalizar el santo oficio el Principal General de los Jesuitas emitió la siguiente homilía:

Hermanos de la Nación Misionera y Guaraní, eternamente los territorios de la Mesopotamia, de la Banda Oriental, y del Paraguay, le deberán agradecimiento por evitar que cayeran en manos del Imperio Lusitano. Ruego a Dios que los futuros habitantes de la raza blanca, o de la nueva raza morena, os protejan y os traten como a héroes. Y desde hoy, cada 11 de marzo, se recordará esta gesta heroica como fecha patria, pues, in atérnum, deberá reconocerse que con honor y sangre se defendió este pedazo de territorio perteneciente a la Gobernación del Río de la Plata.

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