La OTAN se retira formalmente de Afganistán, más de 13 años después de la invasión de Estados Unidos

Pese a que la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán de la OTAN (ISAF) dio por terminada su misión, la alianza militar y Estados Unidos mantendrán miles de soldados en el país para asesorar a las tropas locales. No obstante, Washington ya creó una base legal para continuar combatiendo en el territorio.
En un pequeño acto realizado en el cuartel general de la ISAF en Kabul, el comandante del contingente de la OTAN, el estadounidense John F. Campbell, enrolló la bandera de la fuerza internacional, la guardó y prometió: «Hoy es el fin de una era y el comienzo de una nueva».
«Juntos sacamos a los afganos de la oscuridad y la desesperación y les dimos una nueva esperanza para el futuro. Espero que sientan orgullo por el impacto positivo que han tenido y continuarán teniendo sobre los afganos», aseguró frente a representantes militares de algunos de los 48 países que contribuyeron al contingente de la OTAN en Afganistán hasta el final.
Por su parte, el consejero de seguridad nacional del Gobierno afgano, Hanif Atmar, también hizo una promesa en nombre de su país. «Nunca olvidaremos a sus hijos e hijas que murieron por nuestra tierra. Ellos también son nuestros hijos e hijas», sostuvo el funcionario, citado por la agencia de noticias EFE.
Desde diciembre de 2001, 3.485 soldados de la misión de la OTAN fallecieron en combate, 2.356 de ellos eran militares estadounidenses.
La despedida de hoy fue apenas simbólica por dos razones.
En primer lugar, la ISAF comenzó su retirada hace tres años. En las últimas semanas apenas un puñado de los 350.000 soldados internacionales quedaban en el aún convulsionado país.
En segundo lugar, la presencia militar de la OTAN y, especialmente, de EEUU no desaparecerá, sino que mutará de tamaño y función.
En septiembre pasado y después de una campaña pública de presión por parte de la Casa Blanca, el nuevo gobierno afgano, liderado por el presidente Ashraf Ghani, firmó un nuevo «acuerdo de seguridad» con Washington y un anexo con los países miembros de la OTAN.
El primero, bautizado Acuerdo Bilateral de Seguridad, prevé que 9.800 militares estadounidenses permanezcan en suelo afgano en 2015. Oficialmente, su misión será prestar asesoramiento y equipamiento a las fuerzas de seguridad afganas hasta finales de 2024.
Sin embargo, el diario The New York Times reveló hace unos meses que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, firmó una «orden secreta» para que las tropas que se quedarán en el país asiático tengan «un papel directo en el combate».
Además, el convenio tiene un anexo bautizado Acuerdo sobre el Estatus de las Fuerzas de Seguridad, que establece que entre 3.000 y 4.000 militares de otros países de la OTAN podrán seguir en Afganistán a partir de 2015. Este acuerdo también establece que oficialmente estas fuerzas no actuarán en operaciones de combate contra la insurgencia.
Desde que comenzó la retirada gradual del masivo contingente de la OTAN, compuesto mayoritariamente por soldados estadounidenses, la insurgencia, liderada por el movimiento talibán que fue derrocado en septiembre de 2001 con la invasión norteamericana, vive un momento de auge.
«Afganistán sigue siendo un país que vive una guerra», reconoció hoy el vicecomandante de la ISAF, el teniente general del Ejército alemán, Carsten Jacobson, a la agencia de noticias DPA.
La violencia es especialmente cruenta con la población civil.
En los primeros 11 meses del año la ONU registró el mayor número de víctimas civiles desde la invasión estadounidense: un total de 3.188 muertos y 6.429 heridos.
El 75 por ciento de las muertes fueron provocadas por ataques cometidos por los talibanes, en tanto que la ISAF se atribuye menos de un uno por ciento de las víctimas fatales civiles del conflicto.
Además, hasta mediados de noviembre murieron más de 6.000 miembros de las fuerzas armadas afganas, según el Ministerio del Interior. Una cifra muy superior a los 4.300 que habían fallecido en 2013.
Como sucedió en Irak, Estados Unidos y la OTAN dan por terminada su «misión de combate» en medio de una ola de violencia insurgente y dejan un país azotado por atentados, desconfianza política y mucha inestabilidad económica y social.
Dos años después de la retirada de las fuerzas occidentales, Irak se hundió en una nueva guerra que ya le costó más de un cuarto de su territorio, provocó una crisis humanitaria inédita y llevó a Estados Unidos y sus aliados a volver con sus aviones, sus bombas y sus «asesores militares».
El enemigo esta vez es el Estado Islámico, una milicia islamista radical que nació, creció y se fortaleció con la ocupación estadounidense en Irak, sus crímenes de guerra y su estrategia de alianzas sectarias.

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