Reflexión dominical de Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú

El Rey David le hace saber al Pueblo que desea construir un Templo, una Casa para el Señor. Pero el Señor le contesta a través del Profeta Natán que su voluntad es otra. Que Él desea prolongar la “casa de David” con una descendencia que deberá ser perpetua. Su casa se prolongará a lo largo de los siglos y su reino por siempre (2 Sam. 7,12).

Su descendencia se prolongará por siempre. A él le dará el trono el Señor y de su estirpe nació José, a quien Dios puso como tutor de su Hijo Jesús. Todo lo que Dios prometió se cumplió a pesar de los avatares contrarios de la historia, de los pecados de los hombres y de las culpas e impiedad de los mismos. Dios es siempre fiel: “he hecho alianza con mi elegido, he jurado a David mi siervo…Yo guardaré con él eternamente mi piedad y mi alianza con él será fiel (Sal. 89).

Paralela a la fidelidad de Dios, la liturgia nos presenta la fidelidad de María en quien se cumplieron las Escrituras. Todo estaba previsto en el plan eterno de Dios y todo estaba ya dispuesto para la Encarnación del Verbo en una virgen descendiente de la casa de David, allí en ese momento, quiso Dios que a su plan precediera la aceptación de María. Ella, la virgen joven descendiente de la casa de David, debía dar su Sí (LG 56). En Lucas 1,38 encontramos este diálogo maravilloso entre Dios y María a través del Ángel y el Sí que cambió la humanidad y el sentido del mundo entero, creyente o no.

Sigamos los hombres este diálogo y hagámoslo nuestro. Decirle sí a Dios y a su plan es decirle sí a un cambio en el mundo y en la vida de los hombres. Es decirle que sí a la esperanza cristalizada en tantos jóvenes nuevos y es decirle sí a una vida totalmente renovada en la Verdad. Decirle sí a Jesús es renovar el amor en la vida, amarla desde el principio hasta su fin natural.

Cuando aceptamos el plan de Dios sobre nosotros estamos abriendo la puerta a un mundo nuevo, con fe en el Dios creador y Señor de la historia, un mundo que ame la verdad y odie la mentira, un mundo en donde los hombres no creamos que somos nosotros los creadores del hombre y su destino, pero que sí somos responsables de la santidad de sus vidas. Cuando enseñamos que el mal es bien y que el bien es mal, debemos pensar seriamente en la razón de nuestra vida en el mundo y en la misión que tenemos en ella.

El pesebre y la celebración cristiana de la Navidad es un paso nuevo de Dios por nuestras vidas que nos lleva a considerar que tenemos que ser veraces y honestos, especialmente con la vida de los demás y que aunque pensemos que no, Dios ve nuestros actos y pensamientos.

Que María, la Virgen y Madre Purísima de la Navidad, ilumine nuestras conciencias y nos ayude a vivir en paz y amor.
Domingo 4 de Adviento (B)

Marcelo Raúl Martorell Obispo de Puerto Iguazú

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