Festival de Cine de las Tres Fronteras: la gente pide que se exhiba de nuevo la película de Ramón Ayala

Ramón Ayala fue el protagonista excluyente en la primera jornada de proyecciones del Festival de Cine de las Tres Fronteras, cuando presentó el documental “Ramón Ayala, la película”, una obra del director santafecino Marcos López que indaga sobre el legado artístico del cantautor misionero.

Ayer muchas personas pedían a los organizadores que se exhibiera nuevamente el film, ya que la primera vez se empezó a proyectar a las 0.30 del lunes y finalizó casi a las 2 de la madrugada. «Me emocioné mucho, lloré», dijo Claudia, una profesora de música que quiere traer a todos sus alumnos. «Nos gustaría que lo vuelvan a pasar un poco más temprano», dijo. Varios presentes en la segunda jornada consultados por MOL, preguntaron o consultaron si se iba a exhibir nuevamente a «Ramón Ayala, la película». Uno, incluso, propuso que se cambie el nombre del festival y se lo bautice como Festival de Cine Ramón Ayala.

Aquella noche del domingo fue emocionante, terminó pasadas la 1.30 de la madrugada del lunes, ya que la proyección se demoró un par de horas. Con un espíritu siempre joven, el músico y poeta aguardó charlando con todos, en la coqueta carpa que se montó para recibir a las personalidades, pero también salió a deambular por el Predio de la Prefectura donde se sacó fotos y charló con todo el mundo, recibiendo el cariño y la admiración de grandes, pero sobre todo, de jóvenes.

Ayala está atravesando una suerte de revalorización de su obra. Al documental de López, se suman otros reconocimientos como el premio Carlos Gardel que recibió en septiembre en un Gran Rex poblado de figuras de la música de todos los géneros y donde cantó a capella un fragmento de “El Cosechero” junto a Andrés Calamaro.

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Ayala en una escena del documental de López, con sus camisas coloridas y su guitarra de 12 cuerdas. Auténtico.

“No es un período de redescubrimiento, es un período de descubrimiento”, contó Ayala en una charla distendida con MOL, donde adelantó que está por sacar un libro de poemas sobre la Guerra del Paraguay y prepara otras dos novelas más, en simultáneo. “No soy solo poeta o cantautor, soy pintor y ahora escritor”, contó, siempre divertido, sentado en un sillón blanco de la carpa dispuesta para las personalidades, con una camisa color vino tinto abierta hasta el botón del medio y saco y pantalón claros.

En esa larga espera se aguardaba también al gobernador Maurice Closs, quien se encontraba en la ciudad. Sin embargo, Closs no pudo asistir al final por atender otros compromisos, aunque si pudo hacerse tiempo durante el mediodía para saludar a Pablo Echarri y su familia, quienes se hospedaban en el Amerian, y a otras de las figuras de la pantalla grande y la TV que asistieron a estas primeras jornadas del Festival de Cine.

Closs, de todas formas, estará el sábado próximo cuando se entreguen los premios Andrés Guacurarí a mejor película y mejor director, entre otras categorías. En total son 40 las que compiten, en cuatro categorías: mejor largometraje ficción; mejor documental largometraje; mejor corto regional y mejor corto internacional.

Mientras las carpas 1 y 2 seguían colmadas, con casi 300 personas cada una (se proyectaba “El Ardor” con el mexicano Gael García Bernal), la espera parecía hacerse larga para todos, menos para Ramón Ayala, quien –galante- no se privó de cantarle a una bonita morocha de ojos verdes y de repartir su simpatía entre la gente que se acercaba constantemente a saludarlo.

Ramón Ayala, la película

Es una pena que el documental de Marcos López no forme parte de la competencia del Festival, ya que se proyectó en calidad de homenaje. La obra ya tuvo un gran reconocimiento en el BAFICI, el principal festival de cine argentino junto al de Mar del Plata, donde se alzó con el premio del público. Y dando ventajas. Porque fue el primero que se proyectó aquella vez, y generalmente, el público suele quedarse con lo último que ve a la hora de votar.

Y es un pena que no esté en competencia, porque es difícil pensar que otras piezas puedan cumplir tan bien la premisa del festival, que es desmitificar la idea instalada fronteras afuera de la Triple Frontera como un lugar asociado al narcotráfico y al terrorismo. Porque, por caso, en la otra carpa se terminaba de exhibir “El Ardor”, que cuenta la historia de un chamán (García Bernal) que busca salvar a la hija de un campesino de una banda de traficantes, historia que se toma unas cuantas licencias sobre la realidad y el carácter de la gente de la región (Y que cumple, obediente, con la premisa marketinera: chico-lindo salva a chica-linda de los «malos»).

Con el documental de Ayala pasa lo contrario. Cuando termina de proyectarse el documental de 63 minutos de duración de López (no sobra ni un minuto), la sensación es que la obra de Ramón Ayala ya no le pertenece a Ayala. Pasarán los festivales de cine, las Maravillas del Mundo y hasta películas como La Misión; pasará cualquier acción promocional pergeñada para dar a conocer al mundo qué es Misiones. Y también pasará el tiempo y ningún mensaje podrá igualar jamás la potencia del testimonio de este “hombrecito” que dejó inmortalizada la escencia y el espíritu de una tierra y de su gente en obras maestras como “El Cosechero”, “El Mensú” o “El Cachapecero”.

El documental arranca con una imagen potente de las Cataratas y en la siguiente secuencia aparece Ayala desgranando una reflexión con su habitual tono poético. Al principio, uno no sabe si López lo está tomando del todo en serio a Ayala. Pero con el correr de los minutos, va mostrando el origen de donde se nutre el mensaje de Ayala. Misiones, con su verde, sus chacras precarias, sus ríos y sus selvas y sobre todo su gente. Y va deshilvanando el trayecto para que todo eso se proyecte hacia afuera, a otros pueblos y regiones del país y también, a la gran ciudad.

López va contando cómo la obra del cantautor se va transmitiendo a partir de cuatro o cinco personajes. Entre ellos, un publicista exitoso con una lujosa oficina en un rascacielos de Buenos Aires; y un vendedor ambulante de CDs que sobrevive en el suburbio de Avellaneda, casi pegado al Riachuelo. El hombre también toca la guitarra aunque no le alcanzó para llegar a folclorista, pero se siente orgulloso de «su» obra: copiar de los discos de vinilo a CDs y venderlo en los trenes del Conurbano, esos que van cargados de gente del interior que lucha día a día por levantar cabeza en la gran urbe.

Lo muestra también a Ayala en presentaciones mínimas, ante auditorios de un puñado de personas y no en los grandes escenarios. O bien aparece Ayala cantando en una vereda ante cuatro personas y tres perros callejeros. Y por debajo de ese tono “zumbón”, casi bizarro que tiene la mirada de López, se va transmitiendo la otra “mirada”, la trascendente. La reflexión de este hombre sobre su tierra y su gente.

Porque aunque no existan más los mensúes, las injusticias no desaparecieron y el mensaje de Ramón Ayala se alza más vigente que nunca. Universal, como el testimonio más grande de una tierra donde siguen conviviendo las injusticias, la exuberancia de montes y ríos y un magnetismo difícil de explicar con palabras, salvo para un hombre cuya obra ya hace tiempo dejó de pertenecerle. Ramón Ayala.

 

 

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