Lo dijo el director de Seguridad e Higiene Alimentaria, Julio Marona, quien indicó que se trata de una cuestión cultural muy difícil de erradicar. “Me hago cargo del déficit en la transmisión de los riesgos a los que se exponen los consumidores”, manifestó.
Según explicó Marona, la práctica persiste por una cuestión cultural y la “poca exquisitez de la demanda”. “Además, siempre están en las zonas de los barrios y no por donde habitualmente circulan los inspectores. Pero hay fallas de las tres caras, de los que venden, de los que compran y de los que controlan”, dijo.
Asimismo consideró que mientras haya una demanda es absolutamente imposible la eliminación absoluta de la práctica y aseguró que cuando se clausura un puesto el primer enojado es el vendedor y el segundo, el cliente. “Pero es un tema cultural y yo me hago cargo de lo que corresponde, que es el déficit en la transmisión de los riesgos a los que se exponen los consumidores”, agregó.
En ese sentido señaló que de la parrilla para atrás nadie sabe las condiciones en las que se encuentra la mercadería. “La única ventaja que se tiene es que los pollos están sobre la parrilla y en plena cocción y uno los consume sobre cocción al plato, el calor mata todo”, indicó y añadió: “Ahora, no crea que en los grandes restaurantes la pérdida de la cadena de frío no ocurre. Lo que pasa es que no existe el riesgo cero en consumo de alimentos”.
Marona aseguró que no se deja de controlar ese tipo de puestos pero que la cantidad existente los “sobrepasa”. “Es incalculable la cantidad de puestos porque todos los días se abre uno distinto, la gente lo hace para juntar plata”, dijo.
Por último expresó: “Lo único que me da tranquilidad es que la comida se lleva de la parrilla y los pollos están súper cocidos –recuerden que un pollo bien asado es aquel cuya carne se desprende fácilmente del hueso-. Gracias a Dios no hay venta de pollo crudo”.
(LT4 – Red Ciudadana)
