El valor de la cercanía

Uno de los grandes debates políticos de la última década ha sido el rol del Estado en la articulación con las fuerzas económicas y sociales. Para algunos, el Estado debe ser un mero espectador, reducido a un rol de caridad con quienes excluye el sistema pero sin espacio para acciones que permitan, eventualmente, se reincorporación con una mínima expectativa de desarrollo. En Argentina el Estado fue reducido a eso durante muchos años, soñando con un derrame que el sector privado no está dispuesto a conceder sino a cuentagotas para calmar la sed de algunos pocos, pero nunca saciar a los hambrientos. El resultado es nefasto y Argentina lo padeció con el crecimiento exponencial del desempleo y la pobreza en epílogo del neoliberalismo que con distintos parches duró hasta 2001.
Aquí es historia, pero es presente en Europa, donde países como España o Grecia padecen el 25,1 y el 26,8 por ciento de desempleo y millones de personas están sumidas en una vergonzosa pobreza que rodea a obscenas muestras de riqueza.
La diferencia entre un Estado presente y otro tras bambalinas, es el lugar que ocupan sus ciudadanos. En los últimos años se han tomado innumerables medidas que fortalecen la inclusión y la igualdad de oportunidades. También en la capacidad de reacción ante una contingencia, que siempre afecta más a quien está en el último escalón.
Las inundaciones en una decena de municipios misioneros, por la histórica crecida del río Uruguay, permiten dimensionar el rol de este Estado. Desde el primer momento estuvo presente, compartiendo sufrimiento con evacuados y asistiendo en las urgencias. “Hay que ponerse en el otro”, definió el gobernador Maurice Closs, para quien el diseño de la reconstrucción de las zonas arrasadas debe servir para que los damnificados mejoren su calidad de vida. No se trata únicamente de reubicarlos, sino que alguna manera estén mejor de lo que estaban antes de que la fuerza de la naturaleza arrase con sus casas o sus producciones.
La tarea no es sencilla y demandará una gran inversión que se proyecta con respaldo del Gobierno nacional, que también estuvo presente aquí como en otras catástrofes en algún lugar del país o como en el tornado de San Pedro que se cobró once vidas.
Ahora no hubo que lamentar víctimas, pero el daño económico es exponencialmente mayor. La Nación estuvo desde las primeras horas, brindando ayuda a la par del despliegue de todo el Gobierno provincial. En paralelo, las muestras de solidaridad de los misioneros y argentinos desde distintos puntos del país, fueron conmovedoras.
La respuesta del Estado es la diferencia entre estar o no estar. Hace no mucho tiempo, una inundación como la del Uruguay, hubiese sido un desastre social, con miles de personas hacinadas, evacuadas y mal atendidas. Ahora, creció el río Paraná, creció el Uruguay y el daño, que no fue menor, no generó escenas dantescas de personas apiladas en algún centro de contención. La ayuda llegó rápido y en forma coordinada y la atención sanitaria estuvo entre las prioridades del momento. Hubo gente que lo perdió todo, pero apenas unas pocas horas después del pico de la creciente, el Gobierno, con Closs a la cabeza, estuvo en el lugar iniciando el proceso de reconstrucción, que incluirá casas más alejadas del río y créditos o subsidios para los que se quedaron sin tierras productivas o comercios y hoteles dañados. La señal del Gobernador es clara. Se hará todo lo que esté al alcance para reparar los daños de la inusitada violencia de la naturaleza. Ayer dio otro gesto cercano al presenciar el triunfo de la selección Argentina ante Bélgica junto a los evacuados en Alba Posse. Mezclado entre cientos de hinchas que gritaron el gol de Higuaín, aseguró que «la cercanía no construye una casa, pero sí quiero transmitirles a los vecinos que lo más pronto que podamos, vamos a reconstruir lo perdido».
Allí radica la importancia de tener un Estado fuerte, con recursos que signifiquen una malla de contención para quienes menos tienen. Ese es el camino que han tomado las administraciones de la Renovación y el kirchnerismo en el país en la última década. Y cuando se avecina un momento de elección, es un dato a tener en cuenta. Casi nadie del otro lado tiene entre sus máximas cuidar el rol del Estado, sino, que, por el contrario, pretenden otorgarle un papel secundario, para devolverle al «mercado» el protagonismo. Es lo que piensan la mayoría de los economistas que rodean a los candidatos de la oposición. Es lo que expresa Mauricio Macri cuando dice que «hay que cumplir» con lo que ordena el juez de Nueva York, Tomas Griesa.
Someter al país a ese perverso juego de la ruleta financiera significa retroceder e igualar hacia abajo, para poner a la Argentina a la altura de España y Grecia, que sufren la sangría de recursos para cumplir con sus acreedores. Argentina lo vivió hasta hace no demasiado tiempo, cuando destinaba más del 20 por ciento de su presupuesto a pagar capital e intereses, mientras que acumulaba año a año nuevos endeudamientos para refinanciar lo que no podía pagar. Ese círculo vicioso se rompió con la reestructuración de deuda aceptada por el 92 por ciento de los bonistas y que ahora tambalea por culpa de Griesa y los carroñeros fondos protegidos por sus fallos.
Argentina hoy dedica lo que antes se destinaba a la deuda, a la educación, el desarrollo socioeconómico, a la inversión productiva. El país lanza satélites al espacio y recupera la potencia nuclear con Atucha II. Repatrió científicos y recuperó empresas como YPF o Aerolíneas y, cuando hace falta, no duda en actuar como un decidido actor económico, con inyección de recursos directos en áreas sensibles como la construcción o la industria con créditos como el Procrear o el Procreauto. Son sectores en los que, paradoja, el sector privado aplica un criterio raro: en medio de la crisis, suben precios y no hacen más que planchar el consumo.
La misma ambivalencia que muestra Macri con sus deseos de quedar bien con el mundo financiero, la exhiben otros aspirantes al sillón presidencial. Sergio Massa quiere que se deje de hablar de los fondos buitres para recuperar presencia con su tema favorito, la inseguridad. Otros candidatos cuestionan el camino tomado por el Gobierno, pese a que numerosos países, el Fondo Monetario Internacional y ahora la Organización de los Estados Americanos, respaldan la forma de encarar las negociaciones con los acreedores. El mundo destaca el caso argentino y elogia la voluntad de seguir pagando, aún a pesar de Griesa.
El Gobierno sale fortalecido en una pelea con los grandes poderes que otros espacios no parecen estar dispuestos a a dar.
Julio Cobos, por ejemplo, reconoció tácitamente la soberanía de Inglaterra sobre las Islas Malvinas, contradiciendo una larga tarea política y diplomática, que une a casi todos los colores políticos. El mendocino, que fue vicepresidente, es diputado y aspira a llegar a la presidencia, no tuvo problemas en dejarse sellar el pasaporte para ingresar a las Falklands Islands. Pero no sólo banalizó el reclamo por Malvinas con sus fotos y relatos en redes sociales -tampoco hizo una mínima mención a la soberanía argentina-, sino que viajó acompañado por José Duarte, un veterano de guerra que fue denunciado por levantarse en armas contra Raúl Alfonsín en uno de los intentos desestabilizadores encabezado por Aldo Rico. Al mendocino no se le pueden reclamar lealtades, pero parece incluso más grave que traicionar al espacio político que lo ubicó en el segundo sillón más relevante del país. Ahora se promociona como candidato desconociendo la extensa lucha diplomática por recuperar las islas acompañado por alguien que intentó derrocar a Alfonsín, quien, asegura, fue su referente político.
En su confusión entre Gobierno y país, no hacen más que mostrar cómo se paran frente a los intereses que afectan a todos los argentinos. ¿Se puede confiar los destinos del país a alguien que no es capaz de plantarse a intereses poderosos? No importa el origen de esos intereses. El poder implica que uno lo tiene y otros se someten a él. Estar siempre del lado de los poderosos es despreciar a los sometidos.
Claro que es más cómodo elegir brindar en la embajada de Estados Unidos para celebrar la independencia de ese país que animarse a desafiar el status quo para seguir buscando una independencia definitiva del país como la que imaginaron hace casi 200 años los próceres argentinos.
Pero la dirigencia argentina está acostumbrada a años de hacer ese tipo de política. Hasta hace poco tiempo ni siquiera se ponía en discusión. Ahora por lo menos la sociedad comienza a mirar de otra manera.
Lo mismo sucede en Misiones. Mientras casi la mitad de la provincia está sumida en el desconsuelo por los efectos de la inundación, algunos aprovechan para hacer proselitismo y otros lanzan sus candidaturas. El radicalismo se apresta a disputar sus internas en agosto y ya tiene a sus dos candidatos principales. A la postulación anticipada del cardiólogo Osvaldo Navarro se sumó la del joven Gustavo González, quien será secundado por el diputado nacional Luis Pastori. Así, Navarro y González buscarán la candidatura a gobernador para aprovechar el impulso del buen resultado obtenido el año pasado. Sin embargo, en el propio radicalismo admiten que más allá de los nombres, en las fórmulas ofrecidas no hay experiencia de gestión como para ofrecer a los misioneros.
Es un mal que padece toda la oposición. El peronismo no tiene siquiera conducción y los últimos intendentes que le quedaban, están más interesados en sumarse al massismo que en obedecer dudosos liderazgos partidarios. El PRO también promete sumarse con candidato propio a la pelea central de 2015 y apuesta a una camada de jóvenes dirigentes que deberán trabajar mucho en hacerse conocer.
El oficialismo, en cambio, si contiene las ambiciones de sus vertientes internas, llega consolidado, con una gestión que exhibir y el mérito aprehendido de mostrarse cercano al ciudadano en la adversidad, cualidad que fue muy reclamada cuando los votos le fueron adversos.

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