Ramón Ayala: “El artista es un hijo del asombro”

El cantante de Misiones se presenta en el ND Teatro con casi 80 años de vida. Su carrera, el arte y los proyectos.

«¿Sabés cuál es el té más religioso? El Te Deum ¿Y el té más malo? El te odio”. Ramón Ayala se pregunta y se responde mientras sube las escaleras de su hermosa casa antigua reciclada rumbo a la sesión fotográfica. En el altillo se apilan las obras que el artista realizó durante toda su vida con los paisajes del litoral como gran fuente de inspiración. Ayala está contento. Dice estar en el mejor momento de su vida y lo demuestra en su catarata de chistes y en su canto. “No sabés lo que es descubrir un instrumento como la voz a esta altura de mi vida”, asegura antes de demostrarlo en vivo con el bolero “Amor, amor amor” y luego de sentarse a hablar de Cosechero, el disco –que fue elegido por varios críticos especializados entre los mejores lanzamientos del 2013– con el que logró darle un rostro a las 300 canciones populares que compuso en sus casi 80 años –algunas de ellas las presentará el 17 de mayo en el ND Teatro–. “Nunca pensé que podría alcanzar este reconocimiento. Creí que, si pasaba, se iba a dar cuando muriera como sucede con muchos artistas que desaparecen ninguneados, sin ser reflotados. Pero sentirme bien con mi obra es el máximo premio. Y si encima la gente llega a querer lo que hago, para mí es la gloria”, asegura Ayala, quien fue convocado por Andrés Calamaro para grabar en su próximo trabajo. Y agrega en consecuencia: “Yo no sé si estoy gustando o me están cargando con todo lo que me pasa”.

Ayala nació en Garupá –Misiones– y es conocido como el “Yupanqui del Litoral”. Hijo de un cónsul argentino en São Borja –Brasil–, fue el mayor de cinco hermanos. “Pensar que mi familia se murió toda. Ya no queda nadie. Y yo que soy el mayor tenía que haber muerto primero y estoy aquí más vivo que un caballo vigoroso”. En 1963 fue convocado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos –ICAP– al que también asistieron Salvador Allende, quien aún no era presidente de Chile, John William Cooke y Rodolfo Walsh. “Estaba entre todos esos ‘mostros’, sentado en una mesa larga de 50 personas de todo el mundo. Justo quedé frente al Che Guevara, quien me dijo: ‘Ramón, yo canté su música en los fogones de Sierra Maestra’. Pensé que estaba en pedo. Pero no. Tenía lógica ya que el Che fue engendrado en Misiones y él recibió las sonoridades de la música que comenzaba en Misiones”, sostiene Ayala, quien hace pocos días se encontró, en Oberá, con un médico cubano quien luego de escucharlo tocar “El mensú”, se acercó y le dijo: “Yo lo vi al Che manejando la guitarra y cantando esa canción en las sierras de Bolivia así que tú no me vas a sorprender”.

Ayala recorre los caminos de su memoria con pausa. Va y viene, a su gusto, bordeando todas las imágenes que atesora de su enorme pasado. Durante diez años, el músico conoció los destinos más inhóspitos: Chipre, Uganda, Kenia, Tanzania, Turquía, Kuwait, Bahrein y Kurdistán –entre otros–, donde visitó a los adoradores del diablo. “Fue una experiencia mágica. Algo completamente impensado. Tengo cinco horas grabadas dentro de una meca en la que se adora al demonio. Una locura”, manifiesta el poeta de la tierra colorada que también cuenta con un documental en su honor –se proyecta los viernes de mayo y junio en el MALBA–.

–¿Cómo llegó hasta ahí?

–Estaba en Bagdad, con el río Tigris detrás. Un hombre llamado Pío Marcel pidió hablar conmigo. Él parecía Tarzán hablando en inglés y yo la mona Chita. Me invitó a sentarme con él y me dijo que tenía cara de hombre inteligente. No me lo tomé muy en serio, pero me dijo que le gustaba la música de Latinoamérica y me invitó a su casa. El tipo no se parecía ni a Sofía Loren ni a Gina Lollobrigida, pero acepté (risas). 

–¿Y qué fue lo que lo llevó a aceptar?

–El misterio. Él tenía una imagen de Cristo delante y otra de Mahoma atrás, un bastón y una botella de whisky. Y me dijo: “La Biblia es la historia y el Corán es la ley”. Y justo llegó el Ramadán y como no se podía hacer música durante cuarenta días lo llamé, me dijo que me estaba esperando y que me llevaría adonde Noé ancló su nave, en el monte Ararat. Era una historia poco creíble, pero era un tipo muy inteligente. Paramos un tiempo en el desierto y llegamos a un lugar que era una frontera donde comenzaba el territorio kurdo donde habitaban los Yezidis, quienes le hacen promesas al diablo. Ellos creen que si Dios es el ser más poderoso del universo debiera poder vencer al Diablo. Entonces, el Diablo es tan fuerte como Dios. Adentro de la meca encontré la oscuridad más grande que puedas imaginar. El silencio y todo lo que habita en él.

–¿Tuvo miedo?

–Entendí que en un momento ya no podía volver atrás. Pero no me pasaba nada con una idea de muerte ya que la muerte es un mal necesario, que purifica, que hace bien. Se lleva una cantidad de hijos de puta que polucionan el ambiente. Un Hitler, un Bush. Personas que no saben quiénes son, que no conocen la magia que tiene un día. Porque detrás de la piel del dedo meñique, está el hueso, luego la carne, entre ellos la sangre y detrás el átomo. Entonces, tenemos un dedo atómico y no nos damos cuenta porque todo es muy cotidiano. Pero darse cuenta de eso es ser un ser superior.

–¿Cuánto influyeron sus viajes en su música?

–Mucho. Me fui a conocer el mundo y a tratar de captar las sonoridades de cada pueblo. Tengo una golondrina en el alma y una locura en el corazón. Mi vida es de creación. La intención siempre fue vivir todo intensamente y sacarle el mayor provecho. Pero por sobre todo soy un cantor social. El proyector de la musicalidad en Misiones.

–Usted creó el gualambao, un estilo musical que lo identifica con Misiones. ¿Cree que con el tiempo se convertirá en el sonido propio de la provincia?

–Dicen que poeta viene de profeta. Por eso dicen que vaticina. Y yo estoy leyendo el paisaje porque Misiones es una provincia particular, una cuña metida entre Brasil y Paraguay. Y abajo Corrientes. Y arriba el río Iguazú que baja y se encuentra con el Paraná y van juntos al Río de la Plata. Y se aúnan todos a pelear con el mar. Y se agarran a torbellinos y a caracolazos. Y al final el mar los puede y los va “enverdeando”. Es increíble pensar que somos los herederos de las pujas del paisaje. Y lo más extraordinario es que no nos damos cuenta.

–Pinta, escribe, canta. ¿De qué manera se manifiesta el arte en su vida?

–En el artista hay un llamado que es la belleza. La pregunta es cómo transmitir esa belleza. El artista es un hijo del asombro. Y el asombro es el niño que llevamos adentro, el que se queda prendado de lo más lindo. El vuelo de una abeja puede tener muchas consecuencias. Desde el amor, hasta un cuadro o una voz. Y es que ella trabaja para vos. Pero el tema es que el hombre es el ser más inteligente y más estúpido. Alguien que no adquirió la sabiduría de ver el paisaje, de embobarse con los acontecimientos simples de la naturaleza. Vivimos un instante que nunca regresará. Ya se perdió y se llevó parte de nosotros. Las ráfagas de tiempo que se van son una cana más, una arruga más. Y quizás un día menos de vida. Y por eso, hay que vivir cada instante. 

 

Entrevista concedida a la revista Veintitrés 

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