Las calles y sus vericuetos

Escribe Juan Carlos Argüello, Jefe de Redacción de Misiones On Line

La sociedad es un rompecabezas inmenso con pequeñas piezas que encajan aquí y no ensamblan allá. Es un trabajo eterno intentar completar la figura que arman todas las diminutas  partes. Y cuando se está cerca, simplemente vuelven a mezclarse como por arte de magia, con vida propia. Es una quimera reclamar “consensos” y “acuerdos” para unir cada fragmento. Por eso cobra relevancia el sistema político, la llave para marcar el sentido del armado. En la Argentina se trata de un Gobierno elegido por simple mayoría.

 

 

El rompecabezas estuvo a punto de estallar definitivamente en crisis de 2001, culpa de la inoperancia del gobierno radical y de la asfixiante herencia peronista de un modelo económico aplicado en los 90 pero que reconoce raíces en la misma dictadura. Fue un modelo que logró hipnotizar a la mayoría con el deme dos y tickets aéreos baratos a cualquier parte del mundo. Pero detrás de esa mayoría, en silencio, millones de argentinos quedaron desamparados y su pobreza fue la punta de lanza para comenzar a desnudar la putrefacción del sistema. Las cacerolas estaban vacías entre los más pobres y después de la fiesta, los mejor acomodados comenzaban a sentir problemas para llenarlas. La desazón explotó con el que se vayan todos.

 

 

Gobernar implica decidir y con cada decisión, se elige, se prioriza, se discrimina. En los 90 se priorizó un modelo económico del que se beneficiaron grandes corporaciones económicas y políticos que se sentían cómodos con el elixir del poder. Hoy, son esas corporaciones las que quedaron de lado en la toma de decisiones. Siguen presionando, pero su influencia no se nota en la toma de decisiones y esa ruptura genera múltiples tensiones. Pero el modelo se sostiene en millones de puestos de trabajo, crecimiento económico, menos pobreza y más inclusión. Los olvidados de antes, son los protagonistas del ahora.

 

 

En el que se vayan todos confluyó el hastío del pobre y el fastidio del acomodado por la pérdida de su estabilidad. Las cacerolas que resonaron en todo el país tenían un punto en común, que apuntaba a todo el poder político.

 

 

Doce años después, vuelven a sonar, aunque el sonido está lejos de ser estruendoso. Hay descontento sí. Pero no es el de las mayorías. Y el grupo que sale a la calle, disgustado con el Gobierno, también interpela a la oposición por no saber hacerle frente. El modelo cosecha críticas de los dirigentes que no están en el poder, pero no hay contramodelo. Apenas críticas. No hay propuestas, o las que hay que ya mostraron su fracaso e implican volver a la sumisión económica.

 

 

Ni siquiera hay demasiados puntos en común entre los que salieron a la calle el 8N y el 18A, ya que las críticas se reparten por igual al Gobierno y a los aspirantes a derrotarlo. Y esos aspirantes, aunque pretenden hacerse dueños de las manifestaciones, no consiguen seducir a nadie. Por eso, las consecuencias políticas por ahora son una incógnita. La mayoría de quienes salieron a las calles el miércoles, no votó al Gobierno y no lo hará en las legislativas. El sustento electoral del oficialismo –el 54 por ciento en la Nación en las últimas elecciones- no está en la clase media y media alta que es la que salió a expresarse. Pero esta expresión tampoco encuentra representación en la política antikirchnerista, con dirigentes cuya agenda está impuesta por corporaciones mediáticas y relatada por showmans televisivos que logran una retroalimentación ficticia. Se planta un escenario, se opina sobre él y se vuelve a construir sobre esas opiniones. No importa si hay o no base real para sostener el escenario. 

 

 

Hay miles de personas descontentas con el Gobierno y están en su sano derecho de salir a las calles. Pero la pregunta ineludible es qué hacer con esa expresión de fastidio contra el kirchnerismo. A diferencia de la marcha de noviembre pasado, algunos dirigentes opositores se animaron ahora a sumarse a la concentración, pero ninguno puede ilusionarse con que ese rechazo al modo de gobernar de la Presidenta, se traduzca en votos propios. Sabedores de que cosecharían más rechazo que aplausos, Mauricio Macri y Hugo Moyano, que se sienten con pretensiones en 2013 y 2015, optaron por verla por televisión y después salir a los medios a alabarla. Pero no se animaron a mezclarse con la misma gente a la que aspiran a representar. Es más fácil cuestionar desde la seguridad de un estudio de televisión que arriesgarse a ser cuestionado. O a hacer papelones, como la lectura del ambivalente Hermes Binner, quien fue a la protesta porque “hay un estado de malestar de la población con la democracia”. ¿Con la democracia? Rara justificación del socialista, que usa el mismo argumento que fue el caldo previo de tantos golpes en la historia argentina. La frase en boca de manifestantes suena absurda. En la de Binner, irresponsable.

 

 

Pero la confusión de Binner es la misma que expresaron muchos en la manifestación. Pancartas destituyentes, amenazas, agresiones a la prensa, en manos de quienes piden respeto a las instituciones, vivir en paz y más libertad de prensa. Los grandes medios, comprometidos con esa misma línea, no mostraron las escenas de violencia, con furia desatada contra el que piensa diferente. La horda antik estuvo a punto de linchar a un joven por el pecado de pretender evitar que tumben la puerta de ingreso al Congreso. No era de la Cámpora. Era un militante macrista con sensatez.

 

 

Lo mismo sucede con las críticas a la reforma judicial con discursos armados que desconocen los fundamentos de los proyectos que se debaten en el Congreso, el lugar donde deben discutirse todos los resortes de la República. La dirigencia opositora repite la misma cantinela sin animarse a dar la discusión desde las bancas que la sociedad les otorgó. Se descargan en los canales de televisión pero se escapan del recinto.

 

 

Las críticas más saludables a la reforma provinieron de sectores afines al oficialismo, como el Cels o la asociación Justicia Legítima, que cuestionó el límite a las cautelares, con opiniones que serán incorporadas al texto de la reforma.

 

 

Con mayor o menor ingerencia política, nadie puede dudar que la Justicia es un poder que necesita reformarse en forma urgente para ponerse decididamente al servicio de la sociedad y no de los grandes poderes.

 

 

Hace un mes, en Iguazú, 250 magistradas de toda Latinoamérica advirtieron que la Justicia debe tratar de manera especial a las personas en estado de vulnerabilidad, porque las condiciones de acceso no son las mismas para todos. Esa es una decisión política. En otras palabras, el equilibrio y la ceguera son espejismos que terminan perjudicando siempre al más débil, porque no puede pagar costosos abogados y litigar por siempre, o, peor aún, llegar a ser escuchado en reclamo de sus derechos. Por el contrario, lo que defiende la oposición es esa justicia abstracta, encerrada entre cuatro paredes, que generalmente no mira más allá de sus narices.

 

 

El ir por todo, que tanto irrita a la oposición es justamente atreverse a tocar temas que nadie tocó. El kirchnerismo se animó a recuperar los fondos de las jubilaciones, Aerolíneas, YPF, crear una red de contención inédita con la Asignación Universal por Hijo, a desendeudar al país y plantarse ante los fondos buitres. Mientras tanto, la oposición, aún con la mayoría circunstancial alcanzada en las elecciones de 2009, hizo la plancha. Es el Gobierno el que toma las iniciativas y la oposición siempre sale a responder. Nadie se atreve a ir por más que el kirchnerismo, ni siquiera en los discursos. Por eso hay un sector de la sociedad que se siente huérfano de representación. No le gusta el kirchnerismo, pero sabe que no aparece nadie con chances de derrotarlo.

 

 

Y ese pequeño sector contrasta con la gran mayoría que sí voto al oficialismo, sustentada por datos contundentes.

 

 

El proceso que se inició en 2003 permitió un crecimiento económico inédito, que sobrevivió incluso a la crisis financiera global. Cayeron la desocupación y la pobreza y el crecimiento vino acompañado por la inclusión.

 

 

En Misiones los indicadores son más relevantes aún. El gobernador Maurice Closs dio a conocer algunos parámetros que superan largamente a la región y al promedio del país.

 

 

“Misiones pasa por un fuerte proceso de modernización con datos contundentes de una década ganada”, aseguró Closs.

 

 

 “Esa década ganada arranca después del colapso de 2001, en 2003, primero con Néstor Kirchner y Carlos Rovira y después con Cristina y conmigo en el Gobierno. Argentina creció 83 por ciento, a tasas chinas, el NEA, 78 por ciento y Misiones, 88 por ciento, por arriba de la media nacional y regional. La demanda de energía aumentó 56 por ciento en el país y 124 por ciento en Misiones, porque tenemos cosas para enchufar, porque hay más conectados, porque hay industrias”, explicó.

 

 

 “El consumo de combustibles aumentó 99 por ciento en el país. En Misiones, 174 por ciento, porque hay más producción, hay más transporte, hay más gente paseando, haciendo turismo”, agregó.

 

 

 Esos datos, tienen su correlato en la caída de la pobreza, que hoy alcanza al ocho por ciento de la población, cuando en el pico de la crisis alcanzó al 63 por ciento, en el desempleo que bajó al tres por ciento y llegó a 20 por ciento y en el aumento del número de jubilaciones, que llegó a 80 mil, cuando había apenas 28.470 en 2003, con un incremento del 170 por ciento. Otro impacto fuerte es el de la Asignación Universal por Hijo, que llega a 146.321 chicos, enumeró el mandatario.

 

 

Por eso, no debe sorprender que el kirchnerismo y la Renovación tengan como principal argumento electoral sostener la profundización del modelo. Ha rendido frutos y no hay por qué cambiar de rumbo. Closs lo sintetiza en cada aparición pública. “La boleta de la Renovación es la única que garantiza la continuidad de las políticas actuales”. Desde el parlamento provincial, su presidente, Carlos Rovira, prepara legislación para profundizar “el modelo misionerista”, como el debate de la ley de Educación, algunas reformas judiciales y probablemente, también en la política fiscal.

 

 

Es la oposición la que debe encontrar la manera de seducir a quienes no la ve como opción. Por lo pronto, no dan señales.

 

 

Al desconcierto nacional se suma el de los partidos en la provincia. El peronismo sigue tomado por dirigentes que exigen integrar una lista de unidad, mientras que su presidente de facto, se refugia en La Rosada esperando instrucciones para resolver el intrilingus de conducir un espacio sin militancia y cada vez menos dirigentes. Tan pocos le quedan que hay una impugnación en el Tribunal Electoral que pone en duda la cantidad de avales presentada para inscribir al Frente para la Victoria.

 

 

El radicalismo no está mejor y a más de un mes de sus elecciones internas, todavía no puede salir de la arena judicial al que sus mismos candidatos empujaron en medio de denuncias de un grosero fraude.

 

 

El gran frente que imaginaba Ramón Puerta es apenas una carta de intención. Sin respaldo, el ex gobernador dejaría que el agua corra en las legislativas provinciales para volver a apostar en las nacionales, donde tiene más chances de encabezar una lista. De todos modos, hay quienes sueñan con que se anime a ser diputado provincial para recuperar protagonismo. Con este panorama, los que tienen más oportunidades de crecer son los partidos pequeños, como los personalistas Agrario y Social y Trabajo y Progreso.

 

 

En la oposición muchos esperaban que desde Venezuela llegara una luminaria, con el otra vez frustrado candidato presidencial Enrique Capriles. Pero nuevamente, aunque por escaso margen, triunfó el chavismo y la experiencia de juntar a toda la oposición detrás de una figura como la del empresario venezolano, difícilmente pueda repetirse en la Argentina. Macri es lo más parecido, pero sólo seduce a sectores de la derecha del peronismo y el radicalismo. El ala más progresista de esos partidos, el socialismo y otras fuerzas menores, nunca se encolumnarían detrás del intendente porteño, aunque a sus líderes les seduzca la idea. 

 

 

Tras la elección de Nicolás Maduro en las tierras de Chávez, hoy hay elecciones en Paraguay. Con una menor difusión y una relevancia menor para los intereses políticos de la Argentina, la vuelta a las urnas después del golpe contra Fernando Lugo, tiene una importancia estratégica para el MERCOSUR y especialmente para Misiones. Aunque con diferencias, todos los candidatos quieren volver al bloque continental y el favorito, el colorado Horacio Cartes, quiere recuperar el diálogo especialmente con la Argentina.

 

La cercanía con Misiones obliga a poner especial atención a la decisión paraguaya. Hay intereses regionales claves, como la represa de Corpus o los puentes en Eldorado y la posibilidad de uno nuevo entre Posadas y Encarnación, además de la integración regional, sujeta siempre a los vaivenes macroeconómicos. Las elecciones no solo significan la recuperación de la normalidad institucional, sino el posible regreso del coloradismo al poder. El interinato de Federico Franco se convirtió en el primer golpe parlamentario del Paraguay, disfrazado de constitucionalidad con un alto impacto político. Pero Franco no se despedirá del poder en las mejores maneras. Paraguay vuelve a tener déficit fiscal por primera vez en ocho años y la pobreza y desigualdad que habían retrocedido levemente con Lugo, volvieron a profundizarse.

 

 @JuanCArguello

 

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