Efecto cascada

Escribe Juan Carlos Argüello, Jefe de Redacción de Misiones On Line

Culmina hoy una Semana Santa atípica. Gracias a la asunción de Jorge Bergoglio como el Papa Francisco, todo lo que se vivió en estas últimas horas tiene un renovado espíritu para la fe católica que es la religión mayoritaria en la Argentina. Los gestos de Francisco y su jovialidad, que contrastan con la frialdad de Benedicto XVI, le aportaron un aire fresco a la Iglesia en quizás uno de los momentos en que más indiferencia generaba.

 

 

Aunque todavía no hay señales definidas de algún rumbo fijado, esos gestos alcanzan para recuperar la esperanza de muchos jóvenes y no tanto que en las últimas horas llenaron iglesias y participaron en forma masiva de las celebraciones.

 

 

Para quienes esperan señales políticas y cambios de fondo, deben armarse de paciencia. Nada es demasiado rápido en una institución con normas que se mantienen inconmovibles por más de dos mil años. El impacto del papado de Francisco, es más probable, se sienta antes hacia fuera que hacia dentro. Y no será sencilla su tarea con problemas financieros y acusaciones varias.

 

 

A la Semana Santa tradicional se sumó esta vez el feriado por el día de los Caídos en Malvinas y se armó un extenso combo que permitió unir los días de reflexión con el turismo. El resultado es impactante. En Misiones no hubo un solo hotel que contara con habitaciones vacías desde el miércoles en adelante. Y el viernes se produjo un hecho inédito: la concesionaria del Parque Nacional Iguazú recomendó a los turistas que llegaron cerca del mediodía, que volvieran el sábado temprano, ya que por esa hora, más de diez mil personas ya admiraban los saltos de una de las nuevas Siete Maravillas Naturales del Mundo. El hecho se repitió ayer, cuando a media mañana tuvieron que poner un freno al ingreso de turistas. No sólo eso. Había una extensa cola de vehículos para ingresar a la ciudad. Algo nunca visto.

 

 

Pero no sólo las Cataratas fueron elegidas, sino que los hoteles de casi todas las localidades de la provincia estuvieron colmados. La misma respuesta en distintos puntos, como El Soberbio, Dos de Mayo, San Ignacio o Santa Ana: «No quedan habitaciones disponibles».

 

 

En esta ocasión, el efecto derrame de las Cataratas, no fue trascendente para la actividad hotelera, sino que la ocupación fue plena en todos los destinos. Hasta Posadas estuvo colmada, aunque recién a última hora.

 

 

También sirvió como atractivo para la movilidad interna el gran espectáculo desplegado en la cima del cerro Santa Ana, a los pies de la Cruz, con el tenor Darío Volonté, que conmovió a casi tres mil personas en la noche del Jueves Santo. Casi a la misma hora, pero unos kilómetros al norte, en San Ignacio, el obispo de Posadas, Juan Rubén Martínez, encabezó la Misa Criolla, un evento más popular que también atrajo una multitud.

 

 

No es menor que la sociedad se haya acostumbrado a disfrutar de espectáculos de primer nivel y el hecho de que se trasladen al interior, como el show en Santa Ana o el ya tradicional Iguazú en Concierto, significa una redistribución que enriquece e iguala con la Capital.

 

 

El país también vivió un fin de semana excepcional de la mano de la actividad turística. Cualquiera podría pensar que se trata de un fenómeno empujado por personas que no pudieron salir de vacaciones al exterior, pero coincidentemente, los pasajes a Miami también estaban agotados.

 

 

En el país, un movimiento inédito en los principales centros turísticos chocó de frente con los agitadores del dólar en negro, la especulación sobre el rumbo y las supuestas luces de alarma económica, que son las armas que comienzan a mostrar quienes aspiran a ocupar bancas en el Congreso y diluir el poder del oficialismo. 

 

 

En medio de un año electoral y con escasos elementos que permitan golpear al kirchnerismo por hechos concretos, la campaña opositora se diluye en discursos tremendistas y la promesa certera de que el Apocalipsis está al llegar. Y para que se apure, se especula con el dólar, que esta semana en su color blue -que debería ser black-, superó los ocho pesos.

 

 

Con la actividad de un mercado marginal e ilegal, se pone en tela de juicio el rumbo y se pone en tela de juicio la potencia de una economía que mueve unos 1.300 millones de dólares diarios, contra apenas 30 millones de operaciones en el mercado informal.

 

 

Por lo tanto, las presiones no son más que maniobras especulativas contra el peso, cuando las condiciones están dadas para que la Argentina siga firme en medio de la crisis, con reservas suficientes y la posibilidad de incorporar más con una buena cosecha de soja y los controles cambiarios.

 

 

“El Gobierno, frente a otra batalla electoral dice, ‘retroceder, jamás’. Vamos a tratar de mantener el salario en dólares bien alto en estos niveles y llegar a la instancia electoral”, explicó por televisión Miguel Bein, que poco tiene de oficialista.

 

 

Pero economistas y candidatos repiten el mismo latiguillo. Hay que devaluar y controlar el gasto.

 

 

El Gobierno mantiene como herramienta el camino contrario. Sostener el consumo, el empleo y el control del Estado sobre los principales ejes de la economía. 

 

 

La recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores es un pilar fundamental del mercado y el consumo interno, claves para el crecimiento de los últimos años.

 

 

Posturas extremas hacen peligrar ese crecimiento y terminan por alimentar al mismo monstruo que los amenaza. Ejemplo de ello es la puja salarial que tiene de rehenes a miles de estudiantes en Buenos Aires, con un paro sin visos de solución. El gremialismo que no se sienta a dialogar y antepone sus intereses no aporta a una construcción social. En Misiones se padece a un grupo similar, que tomó la ruta como único escenario de disputa donde puede tener alguna visibilidad, aunque cada vez con menos protagonismo.

 

 

En esa tensión se ocultan otros temas de los que poco el gremialismo habla, como el fortalecimiento de los sectores más vulnerables o informales que están por debajo de los salarios mínimos. Hablar sobre una agenda más amplia, y avanzar sobre ella, es apuntalar el crecimiento de la economía promoviendo el desarrollo nacional.

 

 

Ya se relató en esta misma columna el efecto desastroso que tiene para el asalariado una devaluación y los antecedentes revelan penosos resultados en la pobreza y el empleo. Seguir el camino que alientan desde la oposición no controlaría la inflación y provocaría un desastre social, en los sectores más vulnerables que todavía padecen los efectos del hundimiento de 2001.

 

 

Nadie dice que la suba de precios tiene mucho que ver con la ambición desmedida de sectores económicos que prefieren sumar ganancias por vía de los precios y no por una mayor oferta.

 

 

Países como Brasil y Uruguay -que cuando conviene son el ejemplo a seguir en detrimento de la Argentina- podrían tomar medidas similares para controlar las subas en sus propias góndolas. Dilma Rousseff, está analizando implementar medidas similares a las utilizadas en Argentina para controlar la inflación.

 

 

Sectores del gobernante Frente Amplio uruguayo, que conduce el modesto José Mujica, buscan impulsar medidas similares a las que adoptó el secretario de Comercio Interior argentino, Guillermo Moreno, para acordar precios con los supermercados argentinos. “Estas son medidas que se pueden adoptar perfectamente, claramente hay sectores que no les va a gustar”, dijo el senador Eduardo Lorier.

 

 

Es decir, el problema de la inflación no es propio de la Argentina y no se lo enfrenta de una única manera, sino que, como tiene múltiples causas, hay otras tantas variables a utilizar para poder frenarla con efectividad y sin un costo social elevado.

 

 

Por el contrario, lo alarmante es que el discurso opositor no parece tener alternativas más que devaluar y proteger los intereses de los sectores más poderosos, que son los que se oponen a las medidas económicas tomadas por el Gobierno. Grave también -y quizás más- es que el discurso sea idéntico en ideologías supuestamente distintas, aunque en la práctica no se diferencien demasiado.

 

 

Se escuchan pronósticos desalentadores de funcionarios -o funcionales- de la década neoliberal o de quienes formaron parte del Gobierno que cayó en 2001. Ni siquiera se sonrojan por los efectos generados por las decisiones tomadas en aquellos años, pero cuestionan la “juventud” e “inexperiencia” de los integrantes del equipo económico y hasta acusan de pipiolos a los ciudadanos que con su voto ratificaron la actual conducción del país.

 

 

Ese desprecio por la voluntad popular es uno de los elementos que identifica a quienes aspiran a gobernar el país. Un iluminismo que sin embargo esconde intenciones. Dicen lo que hay que hacer, pero se quedan en incómodos silencios cuando se les hace notar que lo que proponen ya fracasó en el país.

 

 

Reclaman institucionalidad y republicanismo, pero no logran respetar sus propios espacios, con conducciones que se extienden por voluntad de uno o dos dirigentes, como en el peronismo, o elecciones amañadas con urnas con más votos que votantes, como se denunció en el radicalismo, en una interna que todavía no tiene resolución judicial. Otros coquetean con espacios nacionales, pero no logran consolidar identidades propias, como ocurre con el partido Trabajo y Progreso, que reniega del “cristinismo”, hace campaña por Daniel Scioli, pero trajo a Misiones como referente a “Pepe”, su hermano, que es un hombre de Francisco De Narváez y opositor de ambos.

 

 

Como contrapartida, el kirchnerismo en la Nación y el Frente Renovador en Misiones, hacen gala de sostener el modelo. Un modelo que, sostenido en el tiempo, ha tenido oportunidades de ser evaluado y ratificado. En pocos meses, deberá pasar por un nuevo examen. 

 

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