Javier Malosetti en el Montoya: en el nombre del padre

El hijo del afamado jazzero deslumbró al público derrumbando los límites del soul, el jazz y el rock. 

 

Una furiosa versión de “Ana no duerme” abrió el show. Un auditorio a medio llenar (hay que considerar que el Montoya es una plaza grande y difícil de colmar), cinco músicos en escena y una sola sensación en el ambiente. Esa noche se respiraría música de la mejor.

 

Luego del homenaje al genio que acaba de partir, con una soberbia  improvisación incluida, Electrohope, la banda con la que Malosetti  ha decidido desacartonar su virtuosismo demoliendo las de por sí frágiles barreras entre el soul, el jazz y el rock, arrancó un set matizado por sonidos ácidos, rockeros y atravesados por el espíritu del primer Santana. Jazz crucificado por un furioso rock, por momentos casi Zeppelin. El ex músico de Luis Alberto Spinetta, frontman total, atacaba con su bajo de cinco cuerdas con la actitud de un violero de metal. Cantar en inglés o en castellano le da igual y la banda acompaña sin dejar ningún hueco sonoro por rellenar.

 

En la línea de Willy Crook y sus Funky Torinos (no tan bailables pero más poderosos y virtuosos), a  la hora de hablar de Electrohope, su “banda soñada”, hablamos de una formación tan compacta que es difícil creer que el su promedio de edad no supere los 25 años. Hernán Segret es su guarda-espaldas total, se cambian el bajo y la guitarra a la vez que alternan el rol de vocalistas sin que el set disminuya de intensidad.  Tommi, el bataco de sólo 22 años, deslumbra con su precisión y, sobre todo, energía, para darle a esa maraña de acid jazz un power tan rockero que ni siquiera las sutilezas del teclado y la percusión logran domesticar.

 

M2, 11 CUERDAS Y MUCHO ROCK

Al promediar el show Malosetti sacó a relucir su arma letal, el M2, un híbrido entre bajo de cinco cuerdas y guitarra de doble mástil (diseñado especialmente para él por Mariano Maese, probablemente el más grande luthier vivo de la Argentina). Con él Malosetti desgarró notas y sacó a relucir todos los porqué de su fama internacional. Luego llegó un momento de soledad, el gran músico despojado de sus colegas inundó el escenario con líneas de bajo que convertía en loops mediante un arsenal de pedales. Así, superponiendo pistas con la facilidad de un niño jugando con un rompecabezas que conoce de memoria, Malosetti deslumbró y se divirtió como lo que es, un eterno adolescente, ése que adoran las tías. Su verborragia y buena onda lo llevaron a “obligar” a un espectador de primera fila a apagar su cámara digital con la que grababa el show. “Ya apaga eso y dedicate a disfrutar”, le dijo en la cara al sonrojado fan a la vez que contaba una anécdota que sintetiza los tiempos que corren, esos de ver un show a través de la pantallita del celular. “En su última visita Maceo Parker, durante una canción increíblemente poderosa, pidió al público que acompañe con las palmas, pero nadie lo pudo hacer porque todos estaban grabando el show con sus celulares. “Pagar una entrada y verla a través de esos cuadraditos me parece de boludos. Además, después llegas a tu casa y no se ve nada, y mucho menos lo podés esuchar”… y la explosión de aplausos no se hizo esperar.

 

La segunda mitad del show fue mucho más blusera. Hernán Sagrett tomó el mando del micrófono y Malosetti hizo lo que mejor sabe hacer, derretir las cuerdas con una sutileza sólo sobrepasada por la intensidad. Allí llegó el momento de un nuevo chiche de su arsenal sonoro, la Cigar Box Guitar, una especie de guitarrita construida bajo los preceptos de los primeros blues-man americanos, que no podían acceder a una de verdad. La de Malosetti también fue diseñada por Maese, pero hay que reconocer que es bastante más pretenciosa que el modelo original. Con esa caja de cigarros (cuerpo de cedro, tres cuerdas  y un sencillo listón como mástil), Malosetti, una vez más, cautivó al público, para luego sacar de sus entrañas un minibar con el que brindó con la audiencia.

 

Poco más de hora y media bastaron para que Javier Malosetti y Electrohope se ganaran a un público conformado en su mayoría por músicos locales y una buena cantidad de adultos convocados por una figura que lleva, de la mejor manera, el apellido Malosetti, ése que su padre Walter se encargó de pasear por los principales escenarios del mundo tocando el mejor jazz. La ovación final, con el respetable de pie, fue la fiel demostración. 

 

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