Reflexión dominical del obispo de Puerto Iguazú Marcelo Martorell

Hemos contemplado a lo largo del año litúrgico los misterios de la vida del Señor a través de los cuales se cumple la obra salvadora del mismo. En este último domingo se recoge en torno a su Señor para celebrar su triunfo final cuando vuelva como Rey glorioso a recoger los frutos de la redención.

La liturgia de la palabra de hoy nos muestra tres aspectos de la realeza del Señor, la 2 lectura (1Cor. 15,20-28) exalta el poder de Cristo Salvador, vencedor del pecado y de la muerte por su Cruz y resurrección, formaremos un reino de conresucitados en Cristo, la obra de Cristo que será entregada al Padre y así “Dios lo será todo en todos”, glorificado para siempre por toda criatura.

 

En la 1 lectura Ezequiel nos muestra como un día, después de estos reyes de Israel que lo llevaron a la ruina, vendrá un Rey Pastor, que lejos de aprovecharse de su pueblo lo guiará por el buen camino (Ez.34,11-17), establecerá el reino de su Padre no por la fuerza, sino con bondad y mansedumbre “Yo mismo buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro, como un pastor sigue el rastro de su rebaño, cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré el rastro de mis ovejas”(Ib11-12) hasta juzgar y separar las buenas de la malas; el Mesías Pastor y Rey será un día Pastor y Juez. Así nos introduce la liturgia de la Palabra en el tercer aspecto y figura del Rey, ampliamente desarrollado en el Evangelio (Mt.25, 31-43) “Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos sus ángeles con él…, serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras”. El mismo Hijo del Hombre que vino con humildad y sufrimiento a salvar el rebaño que el Padre le confió, volverá como Rey Glorioso al final de los tiempos para juzgar a los que fueron objetos de su amor y cuidado. Y así como él los cuidó con amor, sobre el amor los juzgará. Y aquello que le enseñara a su pueblo sobre la primacía del amor a Dios y el prójimo, síntesis de su mensaje y la finalidad de toda su obra de la salvación. Quién ama, ha elegido ser parte del Reino, el que no ama se excluye del mismo y en este día, cuando vuelva el Pastor Rey, se confirmará la exclusión “…bien siervo bueno y fiel en lo poco has sido fiel, entra a participar del gozo de tu Señor” y ¿sobre qué versará esta fidelidad? Sobre las obras del amor. “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…”(Ib 35). El Rey Glorioso, vino antes y se hizo nuestro amigo y hermano, y en su ejemplo nos mostró esta realidad, y no olvidará lo que nosotros en nuestra situación concreta hagamos o hayamos hecho a nuestro hermano, como hechos a él y en esta realidad fundamentará su juicio, habiéndonos dado la gracia para poder amar y servir al hermano y no solamente el ejemplo. Excluirnos del amor significa excluirnos de la gracia del Señor para amar y servir. Quienes tuvieron el corazón abierto a la gracia de Jesús Rey y Pastor, se entregaron en el amor a construir el reino de Dios, a cambiarlo y transformarlo con moldes inéditos, hicieron suyo el corazón del Pastor y se confundieron con él, decía Pablo “Ya no soy yo quien vive en mi, es Cristo”, y así dirían santos de nuestros tiempos que como Teresa de Calcuta, Juan Pablo II y tantos otros más, que se alegraron de servir a sus hermanos y en el amor, amarlos hasta el extremo. Ellos percibieron en su corazón, sencillo y grande al mismo tiempo, que el amor sería no solo la fuerza de Dios en estos tiempos, sino la condición absoluta para ser admitidos al Reino de Cristo Glorioso, allí al final donde ya no hay lágrimas ni dolor, donde veremos a Dios cara a cara, seremos fundidos en la unidad del amor.
Para sentirnos miembros del Reino de Cristo hagamos todos el esfuerzo de abrir el corazón a su misterio de amor, forjando en la gracia, un mundo nuevo, donde el amor tenga espacio sobre la indiferencia, el relativismo y el egoísmo que hoy parecen reinar en nuestro mundo tan volcado al pragmatismo, y así prepararemos no sólo un mundo mejor, un reino de paz de justicia y de esperanza para todos, sino también una plataforma real en la fe y el amor para esperar al Señor y su Juicio.

Que la Virgen María, sede del amor de Jesús Rey, nos ayude a amar y servir a Dios y a nuestros hermanos. 
(Ez. 34,11)

 

Marcelo Raúl Martorell                                                                  Obispo de Puerto Iguazú

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