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Con una peña titiritera, Kruvikas se despidió hasta el año que viene

En un ambiente de camaradería, público, artistas y títeres demostraron que el arte de dar vida a los muñecos tiene cada día tiene más fans. El año que viene Kossa Nostra festeja veinte años y el Kruvikas diez. «Vamos a tirar la «kossa por la ventana», anticipan. 

Una medida de cada grupo extranjero invitado (colombianos, Italianos, bolivianos, brasileños y keniatas), rodajas de lo mejor del títere nacional y un chorrito de los locales Kamikaze y Tire y Afloje. Batir todo en la coctelera de Kossa Nostra y servir en una copa de Kruvikas. Ya está, el mejor cóctel de títeres de la región.

Cuando en la noche  del viernes, el seguramente último manotazo del corto pero frío invierno posadeño hacía estragos en todo aquél que osó estar a la intemperie, la Peña Itapúa rebosaba de esa camaradería que sólo los títeres y sus hábiles manejadores pueden brindar.

Pequeños números en los que cada uno de los invitados agradecieron a los Kossa Nostra y al público misionero su hospitalidad. Fueron ocho días en los que la magia de dar vida a un ser inanimado revolucionó espíritus de niños y adultos que disfrutaron de obras realizadas con las más variadas técnicas y temáticas. Una varieté de títeres de guantes y de mesa, muñecos gigantes y marionetas manejadas con una destreza singular pero, principalmente, con el corazón.

 

Casi una década

Cuando hace nueve años Kossa Nostra festejaba sus primeros diez años, la idea de realizar un festival internacional parecía una locura, pero lo hicieron. Hoy el Kruvikas se ha instaurado como uno de los destinos más apetecibles para los titiriteros latinoamericanos.

«El Kruvikas ya forma parte del calendario nacional de festivales, pero su trascendencia ha llegado más allá. Si bien en Argentina se ha institucionalizado y forma parte del calendario nacional, es en Latinoamérica en general donde ha adquirido un renombre particular», relata Tuni, la responsable de que los desvaríos de Marcelo y el Basko se conviertan en pura energía que navega tanto las aguas tranquilas de una cuidada pre-producción, como las tempestuosas de la mejor ironía e improvisación.

«Hacer un festival como este implica una responsabilidad muy grande», continúa. «Va creciendo cada año y por momentos parece que se quisiera desbordar. Esta vez fueron 25 artistas invitados, y a cada uno de ellos hay que mimarlo y hacer que se sienta como en casa». Detalles como cuidar día a día la agenda, la prensa, el menú y que siempre estén dadas las condiciones técnicas, son los motivos para que «ya desde comienzos de cada año nos lluevan los pedidos para participar». Claro, calor humano (y del que hace transpirar), salas siempre abarrotadas de niños y grandes, una provincia que cada vez se vuelve un destino turístico más apetecible y un público ávido por disfrutar, convierten al Kruvikas en uno de esos festivales a los que cualquier titiritero desea concurrir.

Fiesta sin olvidarse de lo social

Ninguna actividad cultural está completa si no conlleva una buena dosis de espíritu de compartir y brindar contención a quienes no tienen la suerte de poder acceder a los circuitos «formales». 

Los Kossa Nostra, pioneros en eso de «llevar la cultura a los barrios» se han encargado de que el Kruvikas no sea «sólo un festival». Así artistas como el colombiano Rodrigo Jiménez Fernández (La Loca Compañía), con más de 30 años en el oficio, llegaron con más de dos semanas de anticipación para brindar talleres gratuitos a los niños del barrio Itaembé Miní. 

«Llevar los títeres a lugares donde nunca han visto uno es una de las mejores experiencias que te pueden suceder», prosigue Tuni Bóveda. Los colegas de La Fanfarria actuaron en una hogar de niños en el que la platea era una frazada doblada en el piso. Su emoción fue tan grande que los colombianos nunca lo van a olvidar».

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