«Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás vendrá por añadidura»

Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú escribe este domingo: Nos lleva la liturgia de este domingo a confiar en la Providencia de Dios. Dios nunca abandona a quien cree y confía en El, Dios nunca abandona al pueblo fiel. Cuando el Señor nos prueba estamos tentados de decir: «Dios nos ha abandonado». Esto mismo le sucedió muchas veces a Israel: «El Señor nos ha abandonado, el Señor nos ha olvidado» (ls. 49,14). Pero por boca de los Profetas mismos el Señor responde a su pueblo: «¿acaso olvida una madre a su niño de pecho?» y mira, aunque ellas llegasen a olvidar a sus niños, Yo el Señor no te olvido» (Ib. 15). Dios nos llama a la vida en un acto de amor y es imposible que en su amor de Padre El nos olvide. El hombre frecuentemente, en su debilidad y en su inclinación al pecado, olvida a quienes ha traído a la vida y aún en su pobreza espiritual es hasta capaz de quitarle la vida.

Pero, aunque Dios nos pruebe, El no obra de manera semejante al hombre. El nos ama con amor infinito y respeta nuestra vida. El nos da la vida en el momento mismo de la concepción y la lleva a su término natural. Mientras tanto a quienes nos acogemos a El, amándole y respetándole, nos cuida de todo mal y sobre todo de la muerte eterna: «no andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué me vestiré» (Mt. 6,25).

 Nuestro corazón y nuestra mente se llenan de afanes y angustias porque confiamos demasiado en nosotros mismos, en nuestros propios recursos, en nuestras propias posibilidades dejando a Dios de lado. Quitamos a Dios de nuestras vidas confiando sólo en nosotros, sin darnos cuenta no solamente que el Señor es dueño de la vida y que puede probarnos, sino que nosotros somos débiles, tanto en nuestra inteligencia como en nuestra voluntad. Creemos más en los medios humanos que en el auxilio de Dios, en nuestras propias iniciativas que en la Providencia del Señor  que cuida de unos y de otros. Otras veces estamos tan ocupados de nuestros negocios que no nos queda tiempo ni capacidad para acudir a Dios. Jesús introduce el discurso sobre la Providencia de Dios: «nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero». El dinero es necesario para vivir, pero cuando se convierte en nuestro amo, nos tiraniza quitándonos la libertad -don maravilloso de Dios- y el interés por Dios, los hermanos y la sociedad, alejando de nosotros el sentido del bien común y llega a hacernos sus esclavos.

 En cambio, cuando el hombre mira la existencia y el dinero en su justa medida, no le teme a la vida, porque ha puesto su confianza en Dios. Tampoco es esclavo de sus negocios, porque les serán dados en añadidura. Su amor estará puesto en la belleza y bondad de la vida, en Dios su Señor y Padre, confiando que nunca le abandonará. Cree en su Providencia, en El ha puesto su confianza.

 En realidad es la poquedad de la fe del hombre, la que le hace tan inseguro de Dios y tan preocupado de si mismo. Jesús nos dice que esta conducta es propia de los paganos: «por estas cosas se afanan los paganos» (lb. 32). Y sin embargo es tan fácil para los cristianos dejarnos tomar por esta mentalidad puramente terrena y no ver más allá de los horizontes materiales y creer solamente en los negocios y ganancias terrenas, creyendo que sólo los bienes materiales nos darán el gozo y la felicidad. En cambio a quien ha puesto en Dios su confianza, El le hace descansar en su Providencia y lo libra de la esclavitud de los afanes terrenos: «buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura» (Mt.6,33).

Que la Virgen, Madre confiada, nos enseñe a vivir el camino de la Providencia divina.

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