La vida de José de San Martín

Contaba con sólo tres años de edad cuando en 1781 con sus padres abandona su Yapeyú natal, trasladándose a Buenos Aires. Luego, en abril de 1784, junto a toda su familia, arriba al puerto de Cádiz, a bordo de la fragata Santa Balbina.

Dícese con justa razón que heredó de su padre, Don Juan de San Martín, un alto y agudo sentido de la justicia y tal como su padre, celaba especialmente del buen nombre y honor. Gran instructor y detallista como pundonoroso soldado. De su madre obtuvo lo hidalgo de su postura como lo tierno y compasivo de sus sentimientos. Conocía y practicaba como pocos el cristiano don del perdón y más aún, el olvido para con sus detractores y enemigos.

Sirvió en el ejército español desde los 13 años hasta los 34, según su propia declaración, obteniendo finalmente el grado militar de Teniente Coronel.

Había ingresado en el Regimiento de Murcia en el ano 1789, sin embargo su formación general la había obtenido en el Seminario de Nobles de Madrid donde había ingresado en el ano 1785.

Su cuna, Yapeyú, Capital del imperio misionero jesuítico~guaraní es sacada prácticamente del olvido a partir del fallecimiento de San Martín, ocurrido el 17 de agosto de 1850, en Boulogne Sur Mer, Francia. Recordemos que desde allí adhirió a la Revolución de Mayo, el entonces Gobernador de Misiones, Don Tomás de Rocamora, el 18 de junio de 1810.

Según escribió El Coronel Manuel Pueyrredón, en el año 1828, se conservaban aún en buen estado en Yapeyú, la cruz de la Plaza Central, las macizas paredes de la Iglesia y un patio cercado de corredores sostenidos por columnas y pedestales de piedra.

De igual manera aún se conservaba en perfecto estado un pedestal de cinco varas de alto de piedra labrada en una sola pieza. En el cementerio los sepulcros tenían lápidas de diferentes colores, con inscripciones en guaraní, la mayor parte de ellas, aunque las había también en español y en latín. Era todo lo que quedaba luego de las incursiones de Chagas Santos, hacia 1817. Entretanto, otro comprovinciano se batía valientemente contra los enemigos de la Patria y lo haría por dos largos años mas aún, hasta caer prisionero para nunca más volver, era este nuestro Andresito Artigas.

San Martín no se desprendió del viejo tronco europeo a impulso de una simple aventura americanista. Lo hizo dominado por una razón de dignidad y de amor siempre manifiesto por el género humano y porque su propia vida demostróle que el hombre no cumple su destino si no destruye lo despótico para vivir lo libre. La personalidad de San Martín, tan completa y tan múltiple revelaba un carácter reflexivo hasta el detalle, muy hispánico por cierto y no nos cabe duda que antes de volcarse por entero en el drama de la revolución americana, sufrió una reacción evolutiva que hizo primar en él lo que era criollo y republicano por sobre lo peninsular y monárquico.

No era precisamente San Martín hombre de decisiones impremeditadas. No fue un soldado con la revolución como O’Higgins o Bolívar, fue soldado para la revolución.

Es gloria de España habernos dado un hombre y un soldado de semejante talla. Y es gloria de América habernos descubierto a un Libertador, bajo aquel uniforme de Teniente Coronel con que vino desde Cádiz al Plata, ya cubierto de gloria en batalla contra los moros, ingleses, portugueses y Napoleón.

Dijo de él doña Gregoria Matorras, su madre, en su testamento: «Puedo asegurar que es el hijo que menos costo me ha tenido», refiriéndose a José Francisco.

En apretada síntesis, sus campañas peninsulares comienzan en África en la batalla de Orán en 179l, en el conjunto de combates que lo involucran en el Rosellón contra los franceses en 1793, a bordo del navío «La Dorotea» de la escuadra Española enfrentando a los ingleses en 1798, en la toma de la Plaza de Olivenza contra los portugueses en 1801, pasa por el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor en Sevilla y de allí a Jaén como instructor, lo que desempeñaba magníficamente. Pasa de allí a Andalucía a las ordenes del Marqués de Coupigny, mostrando su valor en Arjonilla, siendo ascendido a Capitán, por méritos en batalla. Luego participa en el encuentro militar de la Cuesta del Madero, entre otros previos a la fundamental Batalla de Bailén, ambas en 1808. Por ello, con fecha 11 de agosto, a un mes del combate mencionado, es ascendido a Teniente Coronel.

Estando San Martín en Madrid se le otorga la medalla mandada a acuñar para premiar a los vencedores de Bailén, que hiciera retroceder hasta la frontera a José Bonaparte, hermano de Napoleón, a la sazón usurpador de la Corona.

Como sabemos, solicita luego su pase a Lima, en América y le es acordado. El mismo lo explica así: » Yo servía en el Ejercito Español en 1811. Veinte años de honrados servicios me habían atraído alguna consideración sin embargo de ser americano. Surge la revolución de mi País, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, solo sentía no tener más que sacrificar al deseo de contribuir a la libertad de mi Patria».

La divina providencia más las del propio General San Martín, determinaron que sí, que llegara a Lima, pero no como Teniente Coronel del Regimiento de Caballería de Borbón con solo el uso del grado y uniforme sino como Capitán General del Ejército Libertador de los Andes, emulando a Aníbal, cruzando Los Andes, libertando a Chile habiendo vencido a Marcó del Pont en Chacabuco el 12 de febrero de 1817 y a Osorio en los llanos del Maipo el 5 de abril de 1818. No sin denodados esfuerzos consigue armar la Escuadra con bandera de Chile para concurrir al Perú, centro del poder español en América.

A partir de su posicionamiento en la bahía de Paracas y primer desembarco en Pisco, las demás operaciones militares y sin olvidar las posteriores de Intermedios, rodea Lima por mar y tierra haciéndola finalmente capitular prácticamente sin disparar un solo tiro.

«Hay que ahorrar sangre americana», decía siempre San Martín. También dijo en una oportunidad «La desgracia de un combate o de una batalla no puede trastornar el destino de la Patria». Finalmente proclama la independencia del Perú y contribuye decisivamente a su consolidación con el gesto histórico de Guayaquil.

No obstante su alejamiento personal del escenario de las altas cumbres del poder americano de entonces, concurren sus tropas a la batalla final de Ayacucho, ahora a las ordenes del Mariscal Sucre. Lo habían hecho del mismo modo anteriormente ante la convocatoria de Bolívar hasta los pies del Pichincha. Y para nuestro legitimo orgullo, también hasta el final concurrieron nuestros granaderos guaraníes, tan amados y apreciados por el General San Martín.

Después, el exilio europeo. A pesar de ello San Martín trabaja por la causa de América. A modo de ejemplo, tomemos solamente la respuesta que le da a la insistente requisitoria de Rivadavia, que se encontraba en la dramática situación de estar al frente del gobierno argentino al momento de declaración de guerra con el Brasil, hacia 1826: «No hay fuerza militar en América, capaz de comprometer la suerte en combate del Ejército de los Andes». Sencilla respuesta de un ser humano grandioso.

No estaba ausente ni se excusaba de comprometerse, simplemente consideraba innecesaria su presencia personal. San Martín conocía a fondo lo que había creado y las situaciones por las que atravesaba su Patria en todo momento. Y así hasta su muerte, dedicado a su Patria, a su hija Merceditas y a sus nietas.

Cómo era considerado San Martín por sus contemporáneos europeos, nos lo dan dos hechos que explican por sí mismos la situación: en una oportunidad que es requerido por los Países Bajos en su lucha contra la monarquía, declina el ofrecimiento de la conducción militar, aduciendo que él había empeñando su suerte de armas solamente por la libertad de América, pero que no era él un militar capaz de oficiar de mercenario por más justa que sea la causa que animara a sus sostenedores. Lo que comentamos ocurre durante su estadía en Bruselas, hacia fines de agosto de 1830 y con motivo de la rebelión belga del yugo holandés, el Burgomaestre ofrécele a San Martín el comando de las tropas insurgentes, a lo cual, como queda dicho, San Martín declina y recomienda al mismo tiempo que recurran al general español, su colega, Don Juan Van Hallen y Sarti, hoy en día héroe de la independencia de Bélgica.

En el encuentro con el Marqués de las Marismas del Guadalquivir, en París, ante la sorpresa del General por el renombre y fortuna que investían al acaudalado noble, quien no era otro que su antiguo camarada de armas españolas en el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor, Don Alejandro Aguado y Ramírez, éste le expresa: «Quien no puede ser libertador de medio mundo bien puede ser un banquero de buena fortuna».

Recordemos por un instante sus Máximas, cualquiera, desde la primera a la última, la que más nos haya impactado o aquellas sus palabras del instante postrero: «Es la tempestad que lleva el barco hacia el puerto», en perfecto francés, dirigidas a su yerno Mariano Balcarce, a quien en un finísimo y delicado gesto para con su hija, digno de su estatura, le solicita que la lleve al cuarto contiguo, para evitarle el dolor de presenciar el doloroso e inevitable trance final.

El 28 de agosto de 1821, a un mes de declarar la Independencia del Perú, decretó la fundación de la Biblioteca Nacional de Lima, donando para integrar la misma su biblioteca privada que lo acompañara en toda la Campaña Libertadora; la inauguración ocurre el 17 de setiembre del mismo año. En el acto inaugural San Martín dirigiéndose a los presentes expresó:» La Biblioteca es destinada a la ilustración universal, más poderosa que nuestros ejércitos para sostener la Independencia. Los cuerpos literarios deben fomentar aquella, concurriendo sus individuos a la lectura de sus libros para estimular a lo general del pueblo, a gustar las delicias del estudio. Yo espero que así sucederá y que este establecimiento fruto del gobierno, será frecuentado por los amantes de las letras y de la Patria»

En 1842 se vió especialmente solicitado por Zenteno patriota chileno, para que fuera a radicarse a Chile, San Martín le responde que se debe a sus obligaciones contraídas como albacea y tutor de los hijos de su amigo recientemente fallecido Don Alejandro Aguado, quien le había encomendado esta fina tarea por alguna buena razón fácil de deducir.

Grande fue cuando el sol lo alumbraba y más grande en la puesta del sol, figura poética inmarcesible e inigualable para describir a quien todo nos dió, hasta el final de sus días. Misionero por historia y porque interpretó el mensaje de aquellos que lo habían precedido en estas nuevas comarcas americanas y que habían logrado instituir un mundo más armónico entre lo humano y lo divino, que si bien para cuando él nació ya no brillaba esa estrella como otrora, habían logrado influenciar hondamente en los espíritus de una época sin par y que nos brindó la esencia que no debemos perder jamás. Por ello, por nuestros próceres amados, por Usted General San Martín nuestro padre grande, y por nosotros y por las generaciones venideras, en este homenaje sentido y verdadero, obrando en consecuencia, pensemos y digamos entre todos ¡VIVA LA PATRIA! «

(Por, Juan Manuel Sureda, socio fundador de la Asociación Cultural Sanmartiniana de Misiones, Presidente de la Asociación Civil Flor del Desierto.

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