El negocio de la droga, según Joaquín Piña

«No tendríamos este problema sin la complicidad criminal de gente muy bien instalada en las altas esferas del poder»,dijo el obispo emérito de Yguazú. – ¿Usted quiere morir?, me preguntó uno ¿no sabe que meterse con la mafia del narco es camino seguro para que le hagan boleta?

– No le tengo miedo. Acaso Jesús no dijo: «No les tengan miedo a los que, lo más que les pueden hacer, es quitarles la vida…» (Mt. 10, 28) Porque «el que ama su vida la perderá, pero el que la pierda por Mí, la encontrará» (Mt. 16, 26).

Me he convencido de que, muchas veces, los cristianos, (e incluyo a los pastores), somos muy cobardes. Por esto me alegró que mis hermanos Obispos, en la última Asamblea Plenaria, sacaran –o sacáramos- un documento sobre este tema de la droga.

Que no tendríamos este problema de la droga sin la complicidad, (complicidad criminal), de gente muy bien instalada en las altas esferas del poder (político y económico). Porque el narcotráfico es un gran negocio –que mueve muchísimo dinero- y hay grandes intereses de por medio. Por algo nuestros pobres agentes de seguridad no actúan más. (¡¿Cómo puede ser que, en Iguazú, todo el mundo sabe los lugares de expendio y consumo de la droga, menos la Policía?!) Por lo demás, se calcula que la que se decomisa en los controles, es sólo un diez por ciento de la que pasa. Pero, vamos al documento de los Obispos, que es muy bueno.

omienza hablando del dolor de la Iglesia al ver a tantas madres que lloran viendo a sus hijos que se apartan del buen camino por la maldita droga; que lamentablemente «e ha instalado entre nosotros, y entró para quedarse, en la escuela, en el club, el boliche, en la esquina……» El documento de Aparecida habla de «este flagelo que está destruyendo a la humanidad, especialmente a las nuevas generaciones».

El negocio del narco, -dicen los Obispos- «destruye familias y mata. Argentina ya no es só0lo un país de paso, sino de consumo, que arraiga en los jóvenes, y avanza sobre la inocencia y fragilidad de los niños, a edades cada vez más tempranas. El que, por curiosidad probó la droga, sin darse cuenta se convirtió en un adicto, que si no llega a una muerte temprana, al menos frena su crecimiento y desarrollo. Se deshumaniza. Pierde su libertad. Destruye sus vínculos afectivos. Seguramente que perderá su trabajo; y si es joven o niño, su escolaridad.

Si la droga encuentra un campo propicio para su expansión, -dice Juan Pablo II-, es porque encuentra en los jóvenes un gran vació existencial y un sinsentido en sus vidas, producto de un ambiente hedonista y consumista. A esto se suma que, muchas veces, los jóvenes se sienten solos, no escuchados ni comprendidos por los mayores.

Si no reconocemos la gravedad de este problema, estamos favoreciendo su difusión. Nos parece que la atención que presta el mismo, la recientemente aprobada Ley de Educación, es insuficiente.

Evidentemente se debe pensar en la prevención, pero esto no basta. Por esto se propone enfrentar la lucha en estas tres direcciones:

1) Promover una cultura de la vida, fundada en la dignidad de toda persona. 2) Despejar la ilusión de que de la droga se entra y se sale fácilmente. Aunque algunos logren recuperarse, pero no es lo más común.

3) Hay que denunciar y perseguir a los mercaderes de la muerte que «con este escandaloso comercio, están destruyendo a nuestros jóvenes…»

Pero para esto hace falta una lucha frontal contra el narcotráfico, y el consumo, por parte del Estado. Pero hace falta también el concurso de toda la sociedad, en una red social que propicie la denuncia de hechos y políticas delictivas, (a veces por omisión), que favorecen las adicciones. Y una estrategia de prevención basada en tareas educativas a todos los niveles (la familia, la escuela, las Iglesias…) Multiplicar los espacios sanantes para la recuperación de los adictos y su reinserción en la sociedad.

Una Comisión de la Conferencia Episcopal está elaborando un programa de acción pastoral para ayudar a los drogadependientes. Es importante, se insiste en todo el documento, que los que cayeron en esta desgracia no se sientan solos y abandonados. La experiencia de que Dios les ama así como están, y que su Amor misericordioso siempre está dispuesto a tenderles una mano, es lo que más les puede ayudar. La Iglesia quiere ser esta mano larga de Jesús.

El documento termina diciendo que la Santísima Virgen María, como buena Madre, nos acompañará en esta misión. Los heridos por las adicciones sentirán que Ella les pertenece, les comprende, les quiere, como madre y hermana. ¡Nunca pierdan la esperanza!

Joaquín Piña Batllevell

Obispo emérito de Yguazú

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