Posadeña baila la danza del vientre en cruceros y hoteles cinco estrellas en Egipto

Nació en Posadas como María Dolores Bogado y deslumbra a Egipto como la bailarina de la danza del vientre Asmahan. Hace más de quince años aprendió de ojo en los restaurantes árabes porteños y ahora la contratan hoteles y cruceros cinco estrellas, y los jeques para animar sus fiestas palaciegas. Como esposa de un médico que asistía a congresos, hace pocos años quedó viuda y no tiene hijos. Visitó a su madre en Posadas hace poco tiempo.

Estaba en el lobby de un hotel de El Cairo y se le ocurrió mover su cuerpo al compás de la música. Dice que el gerente la vio y la contrató allí mismo.

Es una morocha de labios carnosos y figura redonda, como la estatua de una deidad antigua dedicada a la fertilidad. Y en Egipto la veneran como si fuera tal cosa, no porque provoque lluvias sino porque su exuberancia bien podría hacer desbordar el Nilo. Ella confiesa haber nacido en Posadas y se llama María Dolores Bogado, aunque en la tierra de los faraones y las pirámides la conocen por su identidad de artista: Asmahan.

Este es en realidad un nombre de origen sirio, que quiere decir «gotita de rocío». Remite a algo delicado, como la humedad de la madrugada. Pero lo suyo ocurre más bien de noche, cuando vestida con trajes exóticos, que ella misma diseña, sale a mover caderas, senos y cada grupo muscular de su ampuloso cuerpo, al ritmo de tamboriles, cuerdas, panderetas. La magia que irradia cada vez que hace temblar su figura la ha convertido en una de las bailarinas de danza árabe (o belly dancing, es decir danza del vientre) más importante de Oriente Medio.

La han visto bailar desde Tony Blair hasta los príncipes sauditas, y tiene una lista de adeptos que mueren por ella.

De Misiones a El Cairo hay un largo trecho. Es una ruta sinuosa, para nada evidente, cuyo recorrido no sólo fue geográfico para Asmahan, sino también personal. Nadie levanta un reino de un simple caderazo. Antes, hubo fascinación, tesón, enamoramiento, deslumbre, hambre por aprender. Y eso ocurrió en el instante preciso en el que María Dolores vio por primera vez una bailarina agitando su vientre antes de un recital de los Gipsy Kings.

Entonces, ella quería ser bailaora flamenca. Pero lo que vio y sintió con el belly dancing le iba a cambiar el rumbo hacia un insospechado horizonte. Eso fue hace unos 20 años. Ella tenía 16. No había muchos lugares en Buenos Aires –donde vivía en ese momento– para estudiar este arte milenario, aunque nuevo para ella. El bailarín Amir Taleb le dio algunas clases, pero lo suyo fue más de autodidacta, yendo todas las noches, noche por noche, a mirar a las bailarinas de los restaurantes árabes de la calle Scalabrini Ortiz. Hasta que una se enfermó y le tocó ocupar su lugar. Su pollera le quedaba larga. Pero fue su debut.

Y así pasó bailando algún tiempo hasta que un día su marido, geriatra y cirujano plástico, tuvo que ir a participar de un congreso de geriatría a Egipto y ella lo acompañó. Se suponía que iba a ser un viaje de ida y vuelta, pero tal regreso no ocurrió. Según su relato, un rato libre después de la cena, a María Dolores se le ocurrió empezar a mover su cuerpo al compás de la música del lobby del hotel. Era el Hilton de El Cairo. Según ella, justo pasó el gerente, la vio y la contrató allí mismo.

La oferta parecía una locura: dos meses bailando por los hoteles de la cadena Hilton en la península del Sinaí. El Sinaí, lugar bíblico, es escenario de guerras y además meca turística. Sus playas doradas, bañadas por el Mar Rojo, son increíbles por sus contrastes en los que se mezclan beduinos y barreras de coral. Allí, María Dolores se separó y empezó a ser Asmahan.

En Oriente Medio, El Cairo es como París o Nueva York, el lugar multicultural que estalla en creatividad, que recibe influencias y, a su vez, irradia luz. Muchas extranjeras, que van desde ucranianas a japonesas, van allí a bailar, porque es la meca del belly dancing. Sin embargo, no muchas logran establecerse y alcanzar un status que las equipare a las bailarinas egipcias. La razón es simple: esta danza no es sólo una cuestión técnica. Es también un sentimiento, un arte. Entenderlo, asimilarlo, es un viaje exploratorio, que insume una fuerte apuesta personal. En una conversación telefónica, Asmahan cuenta que se puso a estudiar árabe, a ver películas viejas, a aprender música, para entender cabalmente de qué iba la cosa. «Quería saber de Egipto en toda la variedad de su arte», dice. Ahora, imaginemos qué significa esto. Es como si llegara un japonés a Buenos Aires, que no entiende nada del idioma y con pasión sin igual empieza a estudiar las películas de Gardel para comprender la esencia del tango. Lo suyo fue igual, pero en árabe.

En su periplo danzarín por Sinaí, un representante de Alejandría, la ciudad de la legendaria biblioteca, la vio y la contrató. Allí estuvo más de dos años, actuando ya con músicos en vivo, antes de saltar a El Cairo, el gran trofeo. «El Cairo es la prueba fatal», dice ella. «Las extranjeras dejan de bailar al poco tiempo», afirma. En cambio ella consolidó su reinado.

UN MOVIMIENTO MUY SEXY

Nadie sabe a ciencia cierta el origen exacto de la danza de vientre. Hay quienes dicen que era un rito de fertilidad en el Egipto de los faraones, y también están los que disputan esta versión y apuntan a la India como la madre de este baile. Lo cierto es que el belly dancing se consolidó en el Imperio Otomano y, finalmente, se terminó convirtiendo en parte del folclore egipcio. A pesar de alguna resistencia por parte de ciertos sectores que no ven con buenos ojos que una mujer súper

sexy, en ropas livianas y coloridas, agite su cuerpo al compás de tamboriles. Y es una de las razones por las cuales hay cada vez menos egipcias que practican este arte. Llegaron a ser tantas las extranjeras, que en 2004, el ministerio de trabajo egipcio les prohibió seguir bailando, incluyendo a Asmahan.

Fue así que por ocho meses no pudo pisar un escenario egipcio y tuvo que salir a trabajar en otros países árabes. La medida causó revuelo e indignación. «Las extranjeras bailan mejor, son más respetables en su actuación, cobran menos y saben tratar con el público», se quejó por entonces Samir Ahmed, el director de un casino de un hotel cinco estrellas de El Cairo, al semanario Al Masawar.

Finalmente, a Asmahan le restituyeron el derecho a seguir bailando y es así como se la puede ver todas las noches en el Nile Maxim, un barco de lujo que recorre el Nilo para entretener a locales y turistas. Parece que son dos cosas las que atrapan a los egipcios de Asmahan. Una es que no parece extranjera. Con su pelo renegrido, su figura redonda, su tez morena, se mimetiza claramente con las descendientes de Cleopatra. Pero además su carácter latino le da un rasgo distintivo, dice ella. Asmahan además afirma entender las diferencias que existen en el mundo árabe y en Egipto, lo que le da posibilidades de ser contratada por toda la región y un poco más allá, desde Marruecos al Líbano, pasando por Nigeria e Inglaterra.

Asmahan sostiene que Egipto es el país más abierto de todo Oriente Medio y que por eso la cultura del belly dancing está garantizada. «Los fundamentalistas no tienen poder para eliminar esta profesión», afirma. «Las mujeres son mis más fieles admiradoras y muchas compran nuestro atuendo para bailarle a sus maridos», señala. «Aun las que usan burca, ésas a las que sólo se les ven los ojos, me respetan y van a mi show», cuenta la bailarina, a la que de repente se le olvida el español, de tanto hablar en árabe.

Misionera sin mate, argentina sin asado, aun en toda la magnitud de sus conquistas, María Dolores siente que le falta una parte de sí, de su cultura, aunque esté tan integrada a Egipto. ¿Un consejo de bailarina? «Ser sencillamente mágica y despertar fantasía. La audiencia quedará atrapada por ella y por su arte. Y además, estar segura. Esto se alcanza con estudiar, practicar e investigar. Pero por sobre todas las cosas, dejarse envolver por la magia». Fuente: Clarín, por Marina Aizen )

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