Los rostros que nadie ve

Se pretende hacer frente a la inseguridad reprimiendo la violencia que representan los jóvenes, sin percibir que son ellos los que están en peligro. Sin advertir que son las generaciones más recientes las que viven envueltas en una sociedad extremadamente violenta. Los niños ya no son niños, por lo tanto merecen castigos de adultos.La respuesta al por qué se pretende bajar la edad de imputabilidad es bastante confusa. ¿Pueden garantizarse los derechos civiles de los menores si previamente no se satisfacen sus derechos económicos, sociales y culturales? ¿El Estado no debería primero cumplir con sus responsabilidades en vez de pensar en una reforma penal? ¿Es más castigo lo que necesitan los adolescentes que sufren cotidianamente esta situación? Seguramente no.Tal vez las claves que sirvan de base a cualquier medida, modestas pero sin duda esenciales, se encuentren en gestos sencillos. Escuchar y comprender, dar un abrazo, una sonrisa, leer un cuento, enseñar a soñar. Comenzar a abrir puertas en vez de cerrarlas. Ese enemigo al que llaman inseguridad, esconde rostros tristes y cuerpos frágiles que nunca fueron vistos.

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