Y Oberá quedó chatita

Divididos, la aplanadora del rock and roll, tocó en la Fiesta Nacional del Inmigrante por casi tres horas ininterrumpidas y Oberá vivió una fiesta para el recuerdo. Fue un recital de antología y la banda entregó todo lo que se esperaba de ella: potencia, fuerza y un poder musical que aplastó con su contundencia Y la aplanadora arrasó Oberá. Y la gente bailó, cantó y se emocionó luego de dos horas 40 minutos de música, potencia y fuerza. Eso es lo que entregó Divididos, quizá la mejor banda de rock and roll de la Argentina en un recital que quedará en la historia de la Fiesta Nacional del Inmigrante como uno de los más impresionantes que se recuerden. Y sí, pasó la aplanadora. Todo salió como estaba pensado, todo salió como uno y todos nos lo imaginábamos, todo fue perfecto: músicos, público, la noche, el ambiente, la música y la alegría. No faltó nada, no faltó nadie, en lo que fue la noche de la juventud de ésta vigésima primera edición de la Fiesta Nacional de los Inmigrantes que conmovió a una ciudad y su entorno. TEMPRANO Finalmente Divididos pareció sobre el escenario más de una hora de lo esperado. Y esto se entiende, ya el anfiteatro estaba a pleno y la gente cantaba y pedía por la banda que, sin estridencias, ni golpes de efecto, surgió desde la densidad del humo artificial para lanzar sus primeros acordes. Al son del corte presentación de su última placa, «Narigón del siglo», Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Jorge Araujo lanzaron a la gente hacia un frenético baile que recién sería interrumpido casi tres horas después cuando todo terminara. A partir de allí se fueron sucediendo los temas y momentos especiales de un recital único que por primera vez llegaba a Oberá. Luego del tema de apertura Divididos arremetió con uno de los viejos clásicos reservado para conocedores y fanáticos: «Haciendo cosas raras», del primer disco de la banda, «40 dibujos ahí en el piso». Con él vino el primer llamado de atención del guitarrista, cantante y alma del grupo, Mollo, para el público, su público: «Muchachos no se vengan para adelante que están aplastando a los que están acá», dijo y nunca más debió repetirlo. Acto seguido Mollo le cambió parte de la letra a «Tomando un mate en la Paz» por «Tomando un mate en Oberá», consigna con la cual la gente se enganchó rápido. Después fue el turno de la «La era de la boludez», simple del compacto con el mismo nombre, y que sirvió para que Mollo pidiera que no lo enceguecieran con un laser que andaba dando vueltas. Una vez el líder demostró lo que parece ser una de las claves de ésta banda, el profundo entendimiento que tiene con el público. De allá pasaron a una serie de enganchados con temas de «La era…», al que le siguió «Que tal» (primer tema que tocaron del que es el disco más representativo de la fuerza de la banda: «Acariciando lo áspero») y cerraron con «Hombres huecos», otro temazo cargado de mensajes y significados. SOLAZOS Ya el anfiteatro era un caldero de gente que volaba y bailaba de acá para allá. En las tribunas del costado todos estaban revoleando sus remeras y en el centro de la escena, reservada para los apasionados del grupo, la fiesta era completa. El batero, Jorge Araujo, el más nuevo de la banda, ratificó que ya es uno más y que la gente lo ha aceptado luego de digerir la ida del anterior baterista Gil Solá. Araujo se mandó un solo de bata impresionante al compás de los aplausos de la gente y Mollo, en un acto que repitió varias veces en la noche, le pidió que hiciera otra vuelta para el deleite de todos. De allí saltaron a otro clásico, «El arriero» y luego llegó el tiempo de «Voodoo Chile», de Jimmy Hendrix, de 15 y 5 y de la llegada masiva de los temas del último disco. Primero fue Topo y posteriormente «Narigón el Siglo». Allí llegó el primer desembarco de músicos invitados, en este caso se sumó Alambre González en la guitarra y Arnedo pasó a tocar la armónica para dar paso a a segunda y esperada parte del recital. AHORA SÍ, SE TOCARON TODO Cerca del décimo tema Mollo empezó a despedirse diciendo reiteradas veces «chau», lo que fue contestado con los rotundos «no» de parte del público y los pedidos de nuevos temas. «El 38», «Ala delta», «Algo de Sumo» y así. Pero claro, fue todo una pantomima del cantante, lo mejor lo tenían escondido bajo la manga y que «el señor pájaro», como lo llamó cariñosamente Mollo a Arnedo (¿será por el parecido entre este y los dibujos de pájaros que acompañan al último CD?) agarra la armónica era síntoma de que algo bueno estaba por venir. Y eso era una seguidilla de temas que alteró al anfiteatro de un modo inusitado e irrepetible. Desde las cuerdas y los parches de Divididos surgieron los clásicos de siempre y la gente, más que nunca, se sintió parte, participante y dejó que todo fluya para que la fiesta sea completa. «Paisano de Hurlingham» («de Oberá», dijo una vez más Mollo), abrió la serie, al que le continuó «Rasputín-Hey Jude» y Paraguay, un tema increíble cargado de polenta y justo como para que la masa vaya cargando las pilas para lo que se venía. Y sí, finalmente llegó, el clásico de los clásicos saltó violento desde los acordes de la guitarra de Ricardo y el golpeteo constante de los platillos de Araujo era un signo inequívoco de que «El 38» estaba entre nosotros. La gente se volvió loca, había estado esperando por ello desde el principio y así se desató con furia el pogo y las avalanchas. Todo era fiesta, todo era inolvidable. Posteriormente llegó «Quién se ha tomado todo el vino» y otro de los clásicos «Cielito lindo» y, como dice el cantante, «a bailar, muchachos». Después de tanta energía y sudor acumulados, Divididos dio una pequeña tregua para que Arnedo se mandar un insólito solo acompañado por una imagen en la pantalla en la que aparecían tres chicas aplaudiendo al ritmo del bajo del músico. Por supuesto que la gente se sumó con sus palmas y así engancharon, o mejor dicho, intentaron enganchar con «Ala delta», pero entraron mal y Mollo les puso los puntos a sus compañeros: «Vamos loco». Por supuesto luego todo salió redondo, mientras en la pantalla se sucedían las imágenes de Olmedo. EMOCIONANTE Al rato nomás llegó el momento más emotivo para los misioneros, la presencia en el escenario del Chango Spaciuk tocando junto a sus amigos en su propia casa. Un regalo que todos los presentes agradecerán por mucho tiempo. Primero se mandaron un cover de Jimmy Hendrix, como para sentar posición sobre los gustos musicales y de allí saltaron al ya mítico «Kilómetro 11», que se extendió y se extendió a pedido de la gente y de los propios protagonistas. Y bueno, ya estaba llegando el final, era evidente, pero ese final fue como todo lo anterior, notable. Para el cierre reservaron una serie de temas de Sumo, banda de la que surgieron Mollo y Arnedo. Comenzaron con una rara versión del «Ojo Blindado», que continuó con el solo más notable que se pueda escuchar de un bajista. Arnedo dibujó, hizo magia con sus dedos, derrumbó los estereotipos musicales y apabulló con sonidos a los atónitos fans. Finalmente terminaron a pura polenta el «Ojo blindado», pasaron por «El reggea de Paz y amor», «Mejor no hablar de ciertas cosas» y terminaron su recital a puro palo con «Banderitas y globos». El final como tenía que ser, vertiginoso. Mientras Mollo arrancó las cuerdas de su guitarra y las tiró al público, Araujo hizo lo propio con los parches de su bata y las ofrendó a la gente que se «mató» por tener un recuerdo de la banda. Pasó Divididos por la Fiesta Nacional del Inmigrante. Ya nada volverá a ser como era entonces en las noches de la juventud. Un recital así, de tanto nivel musical (como ejemplo bien sirven los efectos de guitarra que Mollo ha incorporado en los últimos tiempos y que parece dominar con perfecta calma), de tanta pasión en el escenario y abajo y con una banda que toca ininterrumpidamente por casi tres horas, no será fácil de volver a tener por estos lares. Pero eso qué importa ahora, la aplanadora pasó por Oberá y dejó a sus onduladas calles chatitas de tanto rock.

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