Niños que no pierden la esperanza

En la sala de terapia intermedia del Hospital de Pediatría coexisten hoy tres dos niñas y un varón con grados diferentes en la evolución de las patologías que los llevaron al nosocomio. Ariana tiene nueve años, hace cinco meses que alterna su estancia entre Puerto Iguazú y Posadas, para atender un caso de leucemia leve, con posibilidad de recuperación. El tratamiento de su afección requirió ingentes esfuerzos por parte de sus padres para conseguir sangre. Susana, la madre que está constantemente junto al lecho donde permanece postrada y con la sonda pendiente del brazo inmovilizado, comentó que Ariana deberá permanecer en ese estado durante «un año o un año y medio». «Cuando se necesita dadores -dijo- hay que estar, buscar, y eso es difícil porque somos de Puerto Iguazú; tuvimos que traer conocidos de allá para conseguir la sangre, hay que tener mucha fuerza y paciencia, confiar en que aparezca gente solidaria para tener un poco de esperanza». Solicitó a la población en general «que tomen conciencia, porque aunque sus hijos no lo necesitan, algún día pueden estar en mi lugar». En la cama de enfrente un niño de apariencia saludable esconde una realidad que no está dispuesto a aceptar fácilmente. «Yo no estoy enfermo, mañana ya me voy a casa», dijo eufórico. Sin embargo, el gesto de la doctora, no percibido por el niño, demostraba otra realidad, y es que será la biopsia la que determine la gravedad de su caso. Una tercera madre no quiso hablar, pero no perdió una oportunidad de apelar a la «gente que tiene hijos, que piense en nosotros».

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